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Por: Steve Ray

 

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Mi madre me preguntó, “¿Quisieras cincuenta centavos?” a lo que respondí de inmediato, “Me encantaría.” Qué pregunta más ingenua para un niño de ocho años. Claro que me gustaría obtener cincuenta centavos. Cincuenta centavos significaban mucho dinero cuando era pequeño. Mi madre continuó, “Aquí está un verso de la Biblia que quiero que memorices y cuando lo puedas recitar perfectamente, te daré el dinero.” Y así fue como por primera vez me aprendí y memorice algunos de los pasajes más conocidos de la Biblia. Memorice todo el Salmo 23, “El Señor es mi pastor...” Me aprendí el Salmo 119:105, “Su palabra es una lámpara para mis pies, y una luz para mi camino,” lo cual era un constante recordatorio del lugar de supremacía de la Biblia en mi vida, la única regla de fe y práctica.

 

    Por supuesto el verso más importante a memorizar por un niño Evangélico Protestante es Juan 3:16. Es un verso que encapsula el Evangelio de Cristo en un elegante y significante enunciado, un enunciado que alcanza el corazón de Dios y explica la esencia de la historia de la salvación en veinticinco palabras. La clave de estas palabras sobresalen con clara rigidez: amó, dio, creyó, pereció y tiene. Podemos poseer (tener) algo gracias al acto de amor de Dios y a la respuesta del hombre. El acto de amor de Dios abrió, y en otras ocasiones cerró, una puerta empernada, dotando al hombre del escape de la condena eterna y una oferta de vida eterna.

 

    Nadie acepta la Biblia o cualquier otra información por ese motivo, con completa objetividad, sin una tradición y una mente predispuesta por la cual la información es filtrada. El año pasado, antes de acoger la religión católica, mi esposa y yo, tanto como nuestros amigos Evangélicos, nos aferrábamos a las tradiciones fundamentalistas de creencia en sólo Cristo y justificación por fe propia.

 

    Recientemente fui abordado por un fundamentalista que decía que "Abraham creyó en Dios y fue hecho justificado (Gen. 15:6), y como la palabra creyó está en tiempo pasado, significaba que Abraham fue salvado en el instante en que él creyó en Dios". Supuestamente Abraham fue salvado y tuvo seguridad eterna desde ese punto en el tiempo, desde su asentimiento de fe en un-punto-en-el-tiempo. Luego este amigo fundamentalista se movió a Juan 3:16 y ató la creencia de Abraham a nuestra creencia en Cristo.

 

    Hay un cambio interesante con este verso que parece eludió mi amigo fundamentalista. Le pregunté si alguna vez había observado con detenimiento al tiempo de los verbos de acción en Juan 3:16. No lo había hecho y porque su tradición le dice que la creencia-en-un-punto-del-tiempo es la base de la salvación, él automáticamente asumió que Juan enseñaba que por un asentimiento mental-momentario en Cristo, uno podría asegurarse la vida eterna y garantizarse un lugar en el Cielo. Separé el verso para darle la información que había omitido, la cual yo mismo había omitido toda mi vida antes de entrar en la Iglesia Católica.

 

    Primero una nota sobre las palabras de acción. En griego, el lenguaje del Nuevo Testamento, existen diversos tiempos para los verbos. Discutiremos dos: aoristo y presente (ver las notas al final de este artículo). El tiempo aoristo describe un punto en el tiempo. Es tan simple como eso. El Presente es lo actual, la acción actual presente. También es tan simple como eso. El aoristo es representado por un punto (.). El presente es representado por una línea continua (-----). Ahora, con este simple entendimiento, veamos Juan 3:16:

 

Juan 3:16 “Porque tanto amó (aoristo, un punto en el tiempo pasado) Dios al mundo que dio (aoristo, un punto en el tiempo pasado) a su Hijo único, para que todo el que cree (presente, acción progresiva) en él no perezca (aoristo, un punto en el tiempo), sino que tenga (presente, actual, acción progresiva) vida eterna.” (KJV)

 

    ¿Interesante, eh? El tiempo presente “todo el que crea esta creyendo en El” pone una luz diferente al verso. Uno podría esperar que la palabra creer fuese en aoristo, para enseñarle a su acto de “de-una-vez-por-todas”, un evento de “un-punto-en-el-tiempo”. Yo solía decir, “Creí en Cristo en tal y cual fecha por lo que ahora sé que estoy salvado.” Pero ahora digo, “Creí en Cristo, creo en Cristo y estoy siendo salvado”. Uno podría preguntar por qué el evangelista cambió al tiempo presente, un verso lleno de indefinidos. El tiempo presente implica creer continuamente, un proceso de creencia y no el pasado asentimiento mental en el que una vez pensé.

 

    Noten que “tenga vida eterna” está también en el tiempo presente. No dice tendrá vida eterna en el pasado o en el futuro, pero que regularmente estará logrando la vida eterna. Un gramático griego explica el tiempo presente de esta manera, dice, “El tiempo presente es básicamente lineal o durativo, incursionando en su tipo de acción. La noción durativa puede ser expresada gráficamente por una línea no partida (_), desde que la acción es meramente continua. Esto es conocido como presente progresivo. Se encontrarán refinamientos de esta regla general; sin embargo, la distinción fundamental no será negada.” Aquel que está actualmente, habitualmente y continuamente creyendo... estará (actualmente y al presente) teniendo vida eterna. Necesitamos tener cuidado con la interpretación de la Biblia, por que lo que uno cree y entiende tienen consecuencias eternas.

 

    ¿Significa la palabra creer un mero estado de asentimiento mental? El término bíblico creer no puede ser reducido simplemente a una aceptación mental. Si estudiamos los libros sagrados en conjunto, durante la larga historia de Israel, veremos que con la palabra creer se quieren trasmitir también los conceptos de obediencia y confianza. Kittel dice “pisteuo significa ‘confiar’ (también ‘obedecer’)...” Vines dice, “... confianza en, no mera aceptación...” 

 

    Esto se confirma con la declaración de Juan el Bautista en Juan 3:36 “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; el que rehúsa creer (apeitheo) en el Hijo, no verá la vida, sino que la cólera de Dios permanece sobre él.” (KJV). La palabra apeitheo se entiende, con todos los buenos traductores y comentadores, como desobediencia. Lo opuesto (antónimo) de creer es desobedecer. El verso en el RSV dice “El que cree (“está creyendo”, tiempo presente) en el Hijo... el que desobedece (“esta desobedeciendo” tiempo presente) al Hijo...” La NASB traduce el verso como sigue: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; el que desobedece al Hijo, no verá la vida, sino que la cólera de Dios permanece sobre él”. Kittel claramente define apeitheo como “ser desobediente.” La palabra creencia tiene el elemento de obediencia envuelta en sus brazos y lo opuesto de creencia bíblica es desobediencia. No pueden ser considerados como "evangélicos" los que enseñan la salvación por asentimiento mental sin un presente consecuente y sin una obediencia continua.

 

    Mi amigo fundamentalista nunca ha respondido a la explicación de estos versos. Espero que algún día él pueda ver más allá de las murallas de sus tradiciones fundamentalistas y vea la gran belleza de la iglesia y su pasado. Es muy difícil dar un vistazo sobre la muralla, pero muchos de nosotros lo hemos hecho, por gracia de Dios.  Muchos de nosotros no sólo dimos un vistazo sobre la muralla que nos rodeaba, sino que de hecho la escalamos y la saltamos, encontrando del otro lado la gloria de la Iglesia Católica.

 

Notas sobre los tiempos griegos aoristo y presente

 

- Tiempo Aoristo: EL tiempo aoristo se caracteriza en acción puntual; esto es, el concepto del verbo es considerado sin relación al tiempo pasado o presente o futuro. Los eventos descritos por el tiempo aoristo se pueden agrupar en varias categorías según los gramáticos, pero el sentido más común es siempre la idea de una acción que se comenzó en un cierto punto (“aoristo inicial”), o que se terminó en un cierto punto (“aoristo acumulativo”), o simplemente que existió en un cierto punto (“aoristo puntual”). La categorización de otros casos pueden ser encontrada en las gramáticas griegas.

 

- Tiempo Presente: De acuerdo con Dana y Mantey en su libro Un Manual de Gramática del Nuevo Testamento Griego “El significado fundamental del tiempo presente es la idea de progreso. Es el tiempo lineal... la fuerza progresiva del tiempo presente debería siempre de ser considerado como primaria, especialmente con referencia a los modos potenciales, que en la naturaleza del caso no necesitan de ningún tiempo “presente puntual”... Existen tres variedades de tiempo presente en las cuales su idea fundamental de progreso es especialmente patente.” Y cuando habla del presente progresivo explica: “Este uso se acerca a la idea principal del tiempo. Significa acción en progreso, o estado de persistencia...” En pocas palabras el tiempo presente expresa una acción en progreso en el tiempo presente.

 

- New Testament Greek (James Hewitt, B.A., B.D., M.A., Ph.D.; Hedrickson Publishers; 1986, page 13)

- Theological Dictionary of the New Testament by Gerhard Kittel, a renowned Protestant theological dictionary of ten volumes. Eerdmans, 1968

- An Expository Dictionary of New Testament Words by W. E. Vines (TN: Thomas Nelson Publishers, 1984)

 

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Richbell Meléndez. Laico católico dedicado tiempo completo al apostolado de la Apologética y subdirector de la Escuela de Apologética Online DASM.

 

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Por: P. José María Iraburu

 

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La Iglesia es santa: «una, santa, católica y apostólica». Es ésta una verdad primera de nuestra fe. La Iglesia es santa porque «Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para santificarla, purificándola con el baño del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo resplandeciente, sin mancha ni arruga ni cosa parecida, santa e inmaculada» (Ef 5,25-27).

 

De la santa Iglesia de Dios hablan ya, desde el principio, Ignacio de Antioquía, el Martirio de Policarpo, el Pastor de Hermas, la Carta de los Apóstoles (160-170, Denzinger-Hünermann=DS 1), los Símbolos bautismales de Roma (DS 10), de Jerusalén (DS 41), el Credo de Nicea, completado en Constantinopla (381: DS 150). La Iglesia ciertamente es santa y santificante, porque es el Cuerpo mismo de Cristo, su Esposa virginal, la Madre de todos los vivientes, o como dice el Vaticano II, el «sacramento universal de salvación» (LG 48b; AG 1).

 

La Iglesia es santa porque el Espíritu Santo es su alma, es santa por la eucaristía y los sacramentos, por la sucesión apostólica de los Obispos, por su fuerza espiritual para santificar laicos y sacerdotes, célibes y vírgenes, sobradamente demostrada en la historia y en el presente.

 

La Iglesia es santa, pero está siempre necesitada de reforma. Por eso la palabra reforma es tradicional en la Iglesia de Cristo. Nunca, por supuesto, en la tradición católica se habla de «re-forma» para expresar un «cambio de forma», pues la forma de la Iglesia, su alma, es el Espíritu Santo, que no cambia. Por el contrario, siempre se habla de reforma o bien como un «desarrollo» perfectivo de algunas formas precedentes, una «renovación», o bien como la «purificación» de ciertas doctrinas y prácticas que se habían desviado de la verdadera forma católica.

 

La Iglesia, por obra del Espíritu Santo, ha vivido en su historia muchas reformas de diversos géneros, alcances y promotores. Así podemos recordar, por ejemplo, la reforma de Cluny, la de San Gregorio VII, las reformas promovidas por los Reyes Católicos y el Cardenal Jiménez de Cisneros, la gran reforma del concilio de Trento, las reformas litúrgicas, las reformas realizadas por San Pío V, San Carlos Borromeo, San Pío X, y las impulsadas por San Bernardo, San Francisco, Santa Teresa de Jesús.

 

En el ámbito del protestantismo, los protestantes han considerado su escisión de la Iglesia en el siglo XVI como la Reforma por excelencia, y han considerado a sus fundadores como reformadores. La expresión «Ecclesia semper reformanda», empleada por el teólogo calvinista Gisbert Voetius en el sínodo de Dordrecht (1618-1619), vendría a ser por tanto un lema protestante. Pero bien sabemos nosotros, los católicos, que los protestantes, negando la autoridad apostólica, la libertad y el mérito, la necesidad de las buenas obras, el sacerdocio, el sacrificio eucarístico, la mayoría de los sacramentos, el culto a la Virgen y a los santos, los votos y la vida religiosa, la ley eclesiástica, etc., no fueron reformadores, sino grandes deformadores de la Iglesia y del cristianismo (cf. mi artículo, Lutero, gran hereje, 27-10-2008). Los católicos, pues, de ningún modo debemos cederles el uso de la palabra reforma, como si fuera propia de ellos.

 

A fines del XVIII, ciertos historiadores alemanes acuñan el término contrarreforma, que en el siglo siguiente se generaliza por influjo de Ranke. Pero con esa denominación la gran reforma católica iniciada en el XVI, la tridentina, aparece sólo como una mera reacción a la escisión protestante. De ahí que la Iglesia promueva más bien la expresión reforma católica, adoptada por Maurenbrecher en 1880 y difundida en las obras de Pastor. En tal expresión, la reforma de la Iglesia originada en Trento es ante todo fruto del Espíritu Santo y de las fuerzas internas de la misma Iglesia, siendo la escisión protestante sólo su ocasión histórica.

 

El concilio Vaticano II promueve importantes reformas, partiendo siempre del convencimiento de que «toda renovación de la Iglesia consiste esencialmente en el aumento de la fidelidad a su propia vocación […] La Iglesia peregrina en este mundo es llamada por Cristo a esta perenne reforma (perennem reformationem), de la que ella, en cuanto institución terrena y humana, necesita permanentemente» (UR 6a). «Ecclesia semper reformanda» es, pues, un lema verdadero, ya que la Iglesia, que «encierra en su propio seno a pecadores, y es al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y la renovación» (LG 8c; cf. Gaudium et spes 43f). «Para conseguirlo, la Iglesia madre no cesa de orar, esperar y trabajar, a fin de que la señal de Cristo resplandezca con más claridad sobre la faz de la Iglesia» (LG 15). Así entiende la Iglesia su propia reforma.

 

El Cardenal Ratzinger, en su Informe sobre la fe (1985, fin cp. III), observa: «Debemos tener siempre presente que la Iglesia no es nuestra, sino Suya. […] Verdadera reforma, por consiguiente, no significa entregarnos desenfrenadamente a levantar nuevas fachadas, sino –al contrario de lo que piensan ciertas eclesiologías– procurar que desaparezca, en la medida de lo posible, lo que es nuestro, para que aparezca mejor lo que es Suyo, lo que es de Cristo».

 

¿Cuáles son en la historia de la Iglesia las causas que posibilitan o que exigen una reforma?


1.–A veces el progreso en un cierto campo de la vida eclesial promueve una reforma. Se hace ley entonces de aquello que de hecho, por obra del Espíritu Santo, se va viviendo, aunque con ciertas dificultades. Es, pues, la vida misma de la Iglesia la que hace posible y conveniente la norma. Así se produce, por ejemplo, en el Concilio de Elvira (306, can. 33) la norma del celibato sacerdotal. El Espíritu Santo, «el Espíritu de verdad, os guiará hacia la verdad plena» (Jn 16,13).


2.–Pero más frecuentemente las reformas vienen a producirse cuando en las Iglesias se han producido desvíos doctrinales o se han establecido abusos intolerables –tolerados quizá durante siglos–, por ejemplo, en los beneficios clericales, en la investidura de los Obispos, en la vida de ciertas órdenes religiosas, en el modo de realizar el vínculo conyugal, en el uso injustificado de las armas, en lo que sea. Aquello que va mal en la Iglesia debe ser reformado. Aquello que va bien, no necesita ser reformado. Por ejemplo, «Cartusia nunquam reformata, quia nunquam deformata».

 

¿Necesita reforma la Iglesia en nuestro tiempo? Sin duda alguna, en muchas cosas y con gran urgencia. Es verdad que la pregunta es muy amplia y ambigua, pues hace referencia a asuntos diversos, complejos y delicados, que habremos de ir considerando con orden y cuidado. Pero lo que sí podemos afirmar ya desde ahora es que aquellas Iglesias locales que están mundanizadas, secularizadas, con más errores que verdades, arruinadas, sin vocaciones, en disminución continua, padeciendo en la mayoría de sus bautizados una apostasía generalizada y un alejamiento crónico de la Eucaristía, evidentemente necesitan una reforma profunda y urgente. Tienen que elegir: reforma o apostasía.

 

José María Iraburu, sacerdote

 

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Por: Frank Morera

 

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Los Protestantes y las Sectas se han hecho un dogma basado en Romanos 10,9 para inventar la llamada “Oración de salvación” donde la persona dice que “confiesa que Jesús es el Señor”, después de hecho esto los protestantes declaran que esa persona es salva, como los católicos no hacemos eso nos consideran no salvos. Como casi todo lo de ellos esto es una manipulación Bíblica y la utilizan porque al no tener Sacramentos, tienen que hacer algo tangible para estar seguros de su salvación, pero hagamos una breve reflexión….

 

Los Padres Apostólicos (primera generación después de los Apóstoles) JAMAS mencionaron, en toda la historia de la Iglesia jamás se mencionó tal oración y aun más, los Padres de la Reforma Protestante NO lo mencionaron. ¿De dónde surge? Esta oración de «salvación» se puso de «moda» en el Siglo XX por medio de Billy Graham, y de organizaciones como Campus Crusade for Christ.

 

Ellos se basan en esta cita tomada de la traducción Reina Valera y dice así: Romanos 10, 9 «que, si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.» Esto suena muy bien y algunos católicos se confunden, pero ante todo, la Reyna Valera es una pésima traducción y así tenemos que el web protestante “Embajada del Reino” en su tema “38 Razones para no usar la Reina Valera 1960 (RV60)”

 

Llama la atención de que este versículo está mal traducido. Como dice el original traducido del Griego?, pues dice así: Romanos 10, 9 ““SI confesares con tu boca al Señor Jesús…” esto cambia todo. «SI» acá no está dando una orden de algo que hay que hacer para ser salvo, está expresando un deseo de que todo cristiano confiese a Jesús.

 

Notar que en muchas Biblias Católicas lo dicen de la forma errónea también. Curiosamente hasta la Revisión de 1909 de la Reyna Valera lo decía de la forma correcta, a partir de esta fecha surgió el dogma protestante de la Oración de Salvación, cosa no conocida en siglos anteriores por ellos.

 

La Biblia Nácar Colunga lo dice correctamente:

“9Porque si confesares con tu boca al Señor Jesús y creyeres en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo.”

 

¿Que dice realmente el original en griego?

 

Romanos 10. 9

οτι→Porque εαν→si alguna vez οµολογησης→declaras

públicamente εν→en τω→la στοµατι→boca σου→de ti κυριον→Señor

ιησουν→Jesús και→y πιστευσης→confíes εν→en τη→el καρδια→corazón

σου→de ti οτι→que ο→el θεος→Dios αυτον→a él ηγειρεν→levantó

εκ→fuera de νεκρων→muertos σωθηση→serás librado

 

Tristemente ya la revisión de la Reina Valera de 1960 se altera para ajustar la Palabra de Dios al nuevo “Dogma surgido” y en esta revisión el peso del versículo se ve alterado, en griego y en todas las traducciones tradicionales.

 

Jesús es el Señor y nosotros lo confesamos, o sea lo PROCLAMAMOS. Se confiesa a Jesús, quien de por sí el Señor.

 

En la revisión de 1960 somos nosotros los que confesamos que Jesús es el Señor. Puede parecer similar pero no lo es. Acá es lo que confiesas (tu idea) no «A QUIEN confiesas» (la realidad de que Jesús es Señor).

 

Yo PIENSO Y CREO que Jesús es Señor. Tenemos que tener en cuenta para entender este pasaje que los primeros cristianos iban a la muerte CONFESANDO que «es Jesús y NO el Cesar el «Kyrios» o Señor», es en este sentido que San Pablo se lo declara a la Iglesia de Roma, no es un rito a realizar para ser salvo, es un llamado a los Romanos a NO negar a Jesús.

 

La misma estructura de estas cartas te indica los términos para la Salvación:

 

– CONVICCIÓN DE PECADO, Romanos 3 10, 23

– JUSTIFICACIÓN, Romanos 3 24,27

– BAUTISMO, Romanos 6 3,6

– SANTIFICACIÓN Romanos 6, 12,22

– TESTIMONIO, Romanos 9,10

 

Esto es lo necesario para ser salvo y no una oración fácil y rápida. San Pablo propone un camino de Santidad compuesto por muchos pasos a seguir por el que se encuentra con Jesús Señor.

 

La palabra «CONFESAR» proviene del griego “homologeo” tiene la connotación de «una responsable declaración pública por la cual se establece una relación legal mediante un contrato».

 

Homologeo significa: igual manera de pensar o estar de acuerdo, por lo que en este caso

 

“Confesar” quiere decir que sabemos, creemos y ESTAMOS DE ACUERDO que Jesús es el Señor porque hemos sido Bautizados, hemos sido JUSTIFICADOS, dejamos que el Espíritu Santo nos JUSTIFIQUE y por eso damos TESTIMONIO hasta con nuestra vida si es preciso.

 

Confesar con la boca no es más que saber que tenemos que predicar a Jesús en todo momento y en toda circunstancia, sea en la casa, sea en el trabajo, sea en la vida política y esto sin importar las consecuencias.

 

La palabra que significa lo contrario de “confesar” es la palabra “negar” (San Juan 1:20; Juan 2:22- 23). Confesar es decir “SÍ”; negar es decir “NO”.

 

Asumir que este pasaje es una sugerencia de que haciendo una simple oración eres salvo contradice la verdad que la fe que salva incluye el creer y el obedecer.

 

Por otra parte, la palabra “creyeres” proviene del griego “pisteuo” y es la forma verbal de pistis que quiere decir FE, significa «confiar en, tener fe en, estar plenamente convencido de, reconocer, depender de alguien».

 

Pisteuo es más que creer es tener dependencia y confianza lo que te lleva la OBEDIENCIA. Esto quiere decir que te sometes a la voluntad de Dios después que lo has proclamado públicamente Señor.

 

Si este pasaje donde “confesar” por medio de una oración te diera salvación, contradeciría a San Mateo 7:22-23:

 

“22 Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? 23 Y entonces les declararé:

Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.”

 

¿¿Estas personas habían CONFESADO a Jesús, pero sabes qué?? NO LO OBEDECÍAN por lo que Jesús no los confesos (reconoció) a ellos.

 

Lo que decimos, tenemos que vivirlo, tiene que concordar con nuestra vida. En la carta a Tito 1,16,

 

San Pablo describe a un grupo de personas que confiesan que ellos conocen a Dios. “Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan, siendo abominables y rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena obra.”

 

¿Pero conocían a Cristo como Señor? Sus labios decían, “Sí, conocemos a Dios”. Pero sus vidas dicen, “No, no conocemos a Dios”. Estas personas nombran el nombre de Cristo, pero ellos no pertenecen a Dios.

 

Comparemos Romanos 10, 9“Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor” con Filipenses 2:11

 

“Toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor” Acá está el énfasis, TODO tiene que hablar del Señorío de Jesús. Esa es la verdad que debe ser confesada por la boca del creyente.

 

La PALABRA “Señor” es la palabra griega “kurios”, que es la palabra que es usada consistentemente en el Antiguo Testamento para Adonaí Debemos confesar que Jesús es ADONAÍ o sea que ÉL es DIOS.

 

Nuestros Mártires desde Roma en el Siglo I hasta en Siria, Irak, Egipto, Sudan, Nigeria, Kenia, Paquistán, India y un largo etc. han muerto CONFESANDO que Jesús es Dios y Señor y nadie más, pero esto es producto de una oración instantánea?? ¡NO! Es que ellos han seguido en su vida el patrón expresado por San Pablo en Romanos:

 

– CONVICCION DE PECADO, Romanos 3 10, 23

– JUSTIFICACION, Romanos 3 24,27

– BAUTISMO, Romanos 6 3,6

– SANTIFICACION Romanos 6, 12,22

– TESTIMONIO, Romanos 9,10

 

No caigas en errores de falsas teologías de moda, la Salvación no es una oración…esa es una salvación fácil y el camino al cielo es difícil. Tú eres salvo porque has sido bautizado, porque has creído y porque has obedecido rectificando tu vida y tus desobediencias en el Sacramento de la Confesión. No te dejes engañar por las Sectas y sus recetas fáciles. Nuestra Iglesia tiene el camino difícil pero que llega al cielo.

 

¡QUE CONTENTO ESTOY DE SER CATÓLICO!

Frank Morera

Ministerio Siloe

 

Artículo cortesía de la página web www.apologeticasiloe.com

 

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