Ratio: 0 / 5
Por: Steve Ray
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Mi madre me preguntó, “¿Quisieras cincuenta centavos?” a lo que respondí de inmediato, “Me encantaría.” Qué pregunta más ingenua para un niño de ocho años. Claro que me gustaría obtener cincuenta centavos. Cincuenta centavos significaban mucho dinero cuando era pequeño. Mi madre continuó, “Aquí está un verso de la Biblia que quiero que memorices y cuando lo puedas recitar perfectamente, te daré el dinero.” Y así fue como por primera vez me aprendí y memorice algunos de los pasajes más conocidos de la Biblia. Memorice todo el Salmo 23, “El Señor es mi pastor...” Me aprendí el Salmo 119:105, “Su palabra es una lámpara para mis pies, y una luz para mi camino,” lo cual era un constante recordatorio del lugar de supremacía de la Biblia en mi vida, la única regla de fe y práctica.
Por supuesto el verso más importante a memorizar por un niño Evangélico Protestante es Juan 3:16. Es un verso que encapsula el Evangelio de Cristo en un elegante y significante enunciado, un enunciado que alcanza el corazón de Dios y explica la esencia de la historia de la salvación en veinticinco palabras. La clave de estas palabras sobresalen con clara rigidez: amó, dio, creyó, pereció y tiene. Podemos poseer (tener) algo gracias al acto de amor de Dios y a la respuesta del hombre. El acto de amor de Dios abrió, y en otras ocasiones cerró, una puerta empernada, dotando al hombre del escape de la condena eterna y una oferta de vida eterna.
Nadie acepta la Biblia o cualquier otra información por ese motivo, con completa objetividad, sin una tradición y una mente predispuesta por la cual la información es filtrada. El año pasado, antes de acoger la religión católica, mi esposa y yo, tanto como nuestros amigos Evangélicos, nos aferrábamos a las tradiciones fundamentalistas de creencia en sólo Cristo y justificación por fe propia.
Recientemente fui abordado por un fundamentalista que decía que "Abraham creyó en Dios y fue hecho justificado (Gen. 15:6), y como la palabra creyó está en tiempo pasado, significaba que Abraham fue salvado en el instante en que él creyó en Dios". Supuestamente Abraham fue salvado y tuvo seguridad eterna desde ese punto en el tiempo, desde su asentimiento de fe en un-punto-en-el-tiempo. Luego este amigo fundamentalista se movió a Juan 3:16 y ató la creencia de Abraham a nuestra creencia en Cristo.
Hay un cambio interesante con este verso que parece eludió mi amigo fundamentalista. Le pregunté si alguna vez había observado con detenimiento al tiempo de los verbos de acción en Juan 3:16. No lo había hecho y porque su tradición le dice que la creencia-en-un-punto-del-tiempo es la base de la salvación, él automáticamente asumió que Juan enseñaba que por un asentimiento mental-momentario en Cristo, uno podría asegurarse la vida eterna y garantizarse un lugar en el Cielo. Separé el verso para darle la información que había omitido, la cual yo mismo había omitido toda mi vida antes de entrar en la Iglesia Católica.
Primero una nota sobre las palabras de acción. En griego, el lenguaje del Nuevo Testamento, existen diversos tiempos para los verbos. Discutiremos dos: aoristo y presente (ver las notas al final de este artículo). El tiempo aoristo describe un punto en el tiempo. Es tan simple como eso. El Presente es lo actual, la acción actual presente. También es tan simple como eso. El aoristo es representado por un punto (.). El presente es representado por una línea continua (-----). Ahora, con este simple entendimiento, veamos Juan 3:16:
Juan 3:16 “Porque tanto amó (aoristo, un punto en el tiempo pasado) Dios al mundo que dio (aoristo, un punto en el tiempo pasado) a su Hijo único, para que todo el que cree (presente, acción progresiva) en él no perezca (aoristo, un punto en el tiempo), sino que tenga (presente, actual, acción progresiva) vida eterna.” (KJV)
¿Interesante, eh? El tiempo presente “todo el que crea esta creyendo en El” pone una luz diferente al verso. Uno podría esperar que la palabra creer fuese en aoristo, para enseñarle a su acto de “de-una-vez-por-todas”, un evento de “un-punto-en-el-tiempo”. Yo solía decir, “Creí en Cristo en tal y cual fecha por lo que ahora sé que estoy salvado.” Pero ahora digo, “Creí en Cristo, creo en Cristo y estoy siendo salvado”. Uno podría preguntar por qué el evangelista cambió al tiempo presente, un verso lleno de indefinidos. El tiempo presente implica creer continuamente, un proceso de creencia y no el pasado asentimiento mental en el que una vez pensé.
Noten que “tenga vida eterna” está también en el tiempo presente. No dice tendrá vida eterna en el pasado o en el futuro, pero que regularmente estará logrando la vida eterna. Un gramático griego explica el tiempo presente de esta manera, dice, “El tiempo presente es básicamente lineal o durativo, incursionando en su tipo de acción. La noción durativa puede ser expresada gráficamente por una línea no partida (_), desde que la acción es meramente continua. Esto es conocido como presente progresivo. Se encontrarán refinamientos de esta regla general; sin embargo, la distinción fundamental no será negada.” Aquel que está actualmente, habitualmente y continuamente creyendo... estará (actualmente y al presente) teniendo vida eterna. Necesitamos tener cuidado con la interpretación de la Biblia, por que lo que uno cree y entiende tienen consecuencias eternas.
¿Significa la palabra creer un mero estado de asentimiento mental? El término bíblico creer no puede ser reducido simplemente a una aceptación mental. Si estudiamos los libros sagrados en conjunto, durante la larga historia de Israel, veremos que con la palabra creer se quieren trasmitir también los conceptos de obediencia y confianza. Kittel dice “pisteuo significa ‘confiar’ (también ‘obedecer’)...” Vines dice, “... confianza en, no mera aceptación...”
Esto se confirma con la declaración de Juan el Bautista en Juan 3:36 “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; el que rehúsa creer (apeitheo) en el Hijo, no verá la vida, sino que la cólera de Dios permanece sobre él.” (KJV). La palabra apeitheo se entiende, con todos los buenos traductores y comentadores, como desobediencia. Lo opuesto (antónimo) de creer es desobedecer. El verso en el RSV dice “El que cree (“está creyendo”, tiempo presente) en el Hijo... el que desobedece (“esta desobedeciendo” tiempo presente) al Hijo...” La NASB traduce el verso como sigue: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; el que desobedece al Hijo, no verá la vida, sino que la cólera de Dios permanece sobre él”. Kittel claramente define apeitheo como “ser desobediente.” La palabra creencia tiene el elemento de obediencia envuelta en sus brazos y lo opuesto de creencia bíblica es desobediencia. No pueden ser considerados como "evangélicos" los que enseñan la salvación por asentimiento mental sin un presente consecuente y sin una obediencia continua.
Mi amigo fundamentalista nunca ha respondido a la explicación de estos versos. Espero que algún día él pueda ver más allá de las murallas de sus tradiciones fundamentalistas y vea la gran belleza de la iglesia y su pasado. Es muy difícil dar un vistazo sobre la muralla, pero muchos de nosotros lo hemos hecho, por gracia de Dios. Muchos de nosotros no sólo dimos un vistazo sobre la muralla que nos rodeaba, sino que de hecho la escalamos y la saltamos, encontrando del otro lado la gloria de la Iglesia Católica.
Notas sobre los tiempos griegos aoristo y presente
- Tiempo Aoristo: EL tiempo aoristo se caracteriza en acción puntual; esto es, el concepto del verbo es considerado sin relación al tiempo pasado o presente o futuro. Los eventos descritos por el tiempo aoristo se pueden agrupar en varias categorías según los gramáticos, pero el sentido más común es siempre la idea de una acción que se comenzó en un cierto punto (“aoristo inicial”), o que se terminó en un cierto punto (“aoristo acumulativo”), o simplemente que existió en un cierto punto (“aoristo puntual”). La categorización de otros casos pueden ser encontrada en las gramáticas griegas.
- Tiempo Presente: De acuerdo con Dana y Mantey en su libro Un Manual de Gramática del Nuevo Testamento Griego “El significado fundamental del tiempo presente es la idea de progreso. Es el tiempo lineal... la fuerza progresiva del tiempo presente debería siempre de ser considerado como primaria, especialmente con referencia a los modos potenciales, que en la naturaleza del caso no necesitan de ningún tiempo “presente puntual”... Existen tres variedades de tiempo presente en las cuales su idea fundamental de progreso es especialmente patente.” Y cuando habla del presente progresivo explica: “Este uso se acerca a la idea principal del tiempo. Significa acción en progreso, o estado de persistencia...” En pocas palabras el tiempo presente expresa una acción en progreso en el tiempo presente.
- New Testament Greek (James Hewitt, B.A., B.D., M.A., Ph.D.; Hedrickson Publishers; 1986, page 13)
- Theological Dictionary of the New Testament by Gerhard Kittel, a renowned Protestant theological dictionary of ten volumes. Eerdmans, 1968
- An Expository Dictionary of New Testament Words by W. E. Vines (TN: Thomas Nelson Publishers, 1984)
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Richbell Meléndez. Laico católico dedicado tiempo completo al apostolado de la Apologética y subdirector de la Escuela de Apologética Online DASM.
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Por: P. José María Iraburu
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La Iglesia es santa: «una, santa, católica y apostólica». Es ésta una verdad primera de nuestra fe. La Iglesia es santa porque «Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para santificarla, purificándola con el baño del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo resplandeciente, sin mancha ni arruga ni cosa parecida, santa e inmaculada» (Ef 5,25-27).
De la santa Iglesia de Dios hablan ya, desde el principio, Ignacio de Antioquía, el Martirio de Policarpo, el Pastor de Hermas, la Carta de los Apóstoles (160-170, Denzinger-Hünermann=DS 1), los Símbolos bautismales de Roma (DS 10), de Jerusalén (DS 41), el Credo de Nicea, completado en Constantinopla (381: DS 150). La Iglesia ciertamente es santa y santificante, porque es el Cuerpo mismo de Cristo, su Esposa virginal, la Madre de todos los vivientes, o como dice el Vaticano II, el «sacramento universal de salvación» (LG 48b; AG 1).
La Iglesia es santa porque el Espíritu Santo es su alma, es santa por la eucaristía y los sacramentos, por la sucesión apostólica de los Obispos, por su fuerza espiritual para santificar laicos y sacerdotes, célibes y vírgenes, sobradamente demostrada en la historia y en el presente.
La Iglesia es santa, pero está siempre necesitada de reforma. Por eso la palabra reforma es tradicional en la Iglesia de Cristo. Nunca, por supuesto, en la tradición católica se habla de «re-forma» para expresar un «cambio de forma», pues la forma de la Iglesia, su alma, es el Espíritu Santo, que no cambia. Por el contrario, siempre se habla de reforma o bien como un «desarrollo» perfectivo de algunas formas precedentes, una «renovación», o bien como la «purificación» de ciertas doctrinas y prácticas que se habían desviado de la verdadera forma católica.
La Iglesia, por obra del Espíritu Santo, ha vivido en su historia muchas reformas de diversos géneros, alcances y promotores. Así podemos recordar, por ejemplo, la reforma de Cluny, la de San Gregorio VII, las reformas promovidas por los Reyes Católicos y el Cardenal Jiménez de Cisneros, la gran reforma del concilio de Trento, las reformas litúrgicas, las reformas realizadas por San Pío V, San Carlos Borromeo, San Pío X, y las impulsadas por San Bernardo, San Francisco, Santa Teresa de Jesús.
En el ámbito del protestantismo, los protestantes han considerado su escisión de la Iglesia en el siglo XVI como la Reforma por excelencia, y han considerado a sus fundadores como reformadores. La expresión «Ecclesia semper reformanda», empleada por el teólogo calvinista Gisbert Voetius en el sínodo de Dordrecht (1618-1619), vendría a ser por tanto un lema protestante. Pero bien sabemos nosotros, los católicos, que los protestantes, negando la autoridad apostólica, la libertad y el mérito, la necesidad de las buenas obras, el sacerdocio, el sacrificio eucarístico, la mayoría de los sacramentos, el culto a la Virgen y a los santos, los votos y la vida religiosa, la ley eclesiástica, etc., no fueron reformadores, sino grandes deformadores de la Iglesia y del cristianismo (cf. mi artículo, Lutero, gran hereje, 27-10-2008). Los católicos, pues, de ningún modo debemos cederles el uso de la palabra reforma, como si fuera propia de ellos.
A fines del XVIII, ciertos historiadores alemanes acuñan el término contrarreforma, que en el siglo siguiente se generaliza por influjo de Ranke. Pero con esa denominación la gran reforma católica iniciada en el XVI, la tridentina, aparece sólo como una mera reacción a la escisión protestante. De ahí que la Iglesia promueva más bien la expresión reforma católica, adoptada por Maurenbrecher en 1880 y difundida en las obras de Pastor. En tal expresión, la reforma de la Iglesia originada en Trento es ante todo fruto del Espíritu Santo y de las fuerzas internas de la misma Iglesia, siendo la escisión protestante sólo su ocasión histórica.
El concilio Vaticano II promueve importantes reformas, partiendo siempre del convencimiento de que «toda renovación de la Iglesia consiste esencialmente en el aumento de la fidelidad a su propia vocación […] La Iglesia peregrina en este mundo es llamada por Cristo a esta perenne reforma (perennem reformationem), de la que ella, en cuanto institución terrena y humana, necesita permanentemente» (UR 6a). «Ecclesia semper reformanda» es, pues, un lema verdadero, ya que la Iglesia, que «encierra en su propio seno a pecadores, y es al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y la renovación» (LG 8c; cf. Gaudium et spes 43f). «Para conseguirlo, la Iglesia madre no cesa de orar, esperar y trabajar, a fin de que la señal de Cristo resplandezca con más claridad sobre la faz de la Iglesia» (LG 15). Así entiende la Iglesia su propia reforma.
El Cardenal Ratzinger, en su Informe sobre la fe (1985, fin cp. III), observa: «Debemos tener siempre presente que la Iglesia no es nuestra, sino Suya. […] Verdadera reforma, por consiguiente, no significa entregarnos desenfrenadamente a levantar nuevas fachadas, sino –al contrario de lo que piensan ciertas eclesiologías– procurar que desaparezca, en la medida de lo posible, lo que es nuestro, para que aparezca mejor lo que es Suyo, lo que es de Cristo».
¿Cuáles son en la historia de la Iglesia las causas que posibilitan o que exigen una reforma?
1.–A veces el progreso en un cierto campo de la vida eclesial promueve una reforma. Se hace ley entonces de aquello que de hecho, por obra del Espíritu Santo, se va viviendo, aunque con ciertas dificultades. Es, pues, la vida misma de la Iglesia la que hace posible y conveniente la norma. Así se produce, por ejemplo, en el Concilio de Elvira (306, can. 33) la norma del celibato sacerdotal. El Espíritu Santo, «el Espíritu de verdad, os guiará hacia la verdad plena» (Jn 16,13).
2.–Pero más frecuentemente las reformas vienen a producirse cuando en las Iglesias se han producido desvíos doctrinales o se han establecido abusos intolerables –tolerados quizá durante siglos–, por ejemplo, en los beneficios clericales, en la investidura de los Obispos, en la vida de ciertas órdenes religiosas, en el modo de realizar el vínculo conyugal, en el uso injustificado de las armas, en lo que sea. Aquello que va mal en la Iglesia debe ser reformado. Aquello que va bien, no necesita ser reformado. Por ejemplo, «Cartusia nunquam reformata, quia nunquam deformata».
¿Necesita reforma la Iglesia en nuestro tiempo? Sin duda alguna, en muchas cosas y con gran urgencia. Es verdad que la pregunta es muy amplia y ambigua, pues hace referencia a asuntos diversos, complejos y delicados, que habremos de ir considerando con orden y cuidado. Pero lo que sí podemos afirmar ya desde ahora es que aquellas Iglesias locales que están mundanizadas, secularizadas, con más errores que verdades, arruinadas, sin vocaciones, en disminución continua, padeciendo en la mayoría de sus bautizados una apostasía generalizada y un alejamiento crónico de la Eucaristía, evidentemente necesitan una reforma profunda y urgente. Tienen que elegir: reforma o apostasía.
José María Iraburu, sacerdote
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Por: Frank Morera
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Los Protestantes y las Sectas se han hecho un dogma basado en Romanos 10,9 para inventar la llamada “Oración de salvación” donde la persona dice que “confiesa que Jesús es el Señor”, después de hecho esto los protestantes declaran que esa persona es salva, como los católicos no hacemos eso nos consideran no salvos. Como casi todo lo de ellos esto es una manipulación Bíblica y la utilizan porque al no tener Sacramentos, tienen que hacer algo tangible para estar seguros de su salvación, pero hagamos una breve reflexión….
Los Padres Apostólicos (primera generación después de los Apóstoles) JAMAS mencionaron, en toda la historia de la Iglesia jamás se mencionó tal oración y aun más, los Padres de la Reforma Protestante NO lo mencionaron. ¿De dónde surge? Esta oración de «salvación» se puso de «moda» en el Siglo XX por medio de Billy Graham, y de organizaciones como Campus Crusade for Christ.
Ellos se basan en esta cita tomada de la traducción Reina Valera y dice así: Romanos 10, 9 «que, si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.» Esto suena muy bien y algunos católicos se confunden, pero ante todo, la Reyna Valera es una pésima traducción y así tenemos que el web protestante “Embajada del Reino” en su tema “38 Razones para no usar la Reina Valera 1960 (RV60)”
Llama la atención de que este versículo está mal traducido. Como dice el original traducido del Griego?, pues dice así: Romanos 10, 9 ““SI confesares con tu boca al Señor Jesús…” esto cambia todo. «SI» acá no está dando una orden de algo que hay que hacer para ser salvo, está expresando un deseo de que todo cristiano confiese a Jesús.
Notar que en muchas Biblias Católicas lo dicen de la forma errónea también. Curiosamente hasta la Revisión de 1909 de la Reyna Valera lo decía de la forma correcta, a partir de esta fecha surgió el dogma protestante de la Oración de Salvación, cosa no conocida en siglos anteriores por ellos.
La Biblia Nácar Colunga lo dice correctamente:
“9Porque si confesares con tu boca al Señor Jesús y creyeres en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo.”
¿Que dice realmente el original en griego?
Romanos 10. 9
οτι→Porque εαν→si alguna vez οµολογησης→declaras
públicamente εν→en τω→la στοµατι→boca σου→de ti κυριον→Señor
ιησουν→Jesús και→y πιστευσης→confíes εν→en τη→el καρδια→corazón
σου→de ti οτι→que ο→el θεος→Dios αυτον→a él ηγειρεν→levantó
εκ→fuera de νεκρων→muertos σωθηση→serás librado
Tristemente ya la revisión de la Reina Valera de 1960 se altera para ajustar la Palabra de Dios al nuevo “Dogma surgido” y en esta revisión el peso del versículo se ve alterado, en griego y en todas las traducciones tradicionales.
Jesús es el Señor y nosotros lo confesamos, o sea lo PROCLAMAMOS. Se confiesa a Jesús, quien de por sí el Señor.
En la revisión de 1960 somos nosotros los que confesamos que Jesús es el Señor. Puede parecer similar pero no lo es. Acá es lo que confiesas (tu idea) no «A QUIEN confiesas» (la realidad de que Jesús es Señor).
Yo PIENSO Y CREO que Jesús es Señor. Tenemos que tener en cuenta para entender este pasaje que los primeros cristianos iban a la muerte CONFESANDO que «es Jesús y NO el Cesar el «Kyrios» o Señor», es en este sentido que San Pablo se lo declara a la Iglesia de Roma, no es un rito a realizar para ser salvo, es un llamado a los Romanos a NO negar a Jesús.
La misma estructura de estas cartas te indica los términos para la Salvación:
– CONVICCIÓN DE PECADO, Romanos 3 10, 23
– JUSTIFICACIÓN, Romanos 3 24,27
– BAUTISMO, Romanos 6 3,6
– SANTIFICACIÓN Romanos 6, 12,22
– TESTIMONIO, Romanos 9,10
Esto es lo necesario para ser salvo y no una oración fácil y rápida. San Pablo propone un camino de Santidad compuesto por muchos pasos a seguir por el que se encuentra con Jesús Señor.
La palabra «CONFESAR» proviene del griego “homologeo” tiene la connotación de «una responsable declaración pública por la cual se establece una relación legal mediante un contrato».
Homologeo significa: igual manera de pensar o estar de acuerdo, por lo que en este caso
“Confesar” quiere decir que sabemos, creemos y ESTAMOS DE ACUERDO que Jesús es el Señor porque hemos sido Bautizados, hemos sido JUSTIFICADOS, dejamos que el Espíritu Santo nos JUSTIFIQUE y por eso damos TESTIMONIO hasta con nuestra vida si es preciso.
Confesar con la boca no es más que saber que tenemos que predicar a Jesús en todo momento y en toda circunstancia, sea en la casa, sea en el trabajo, sea en la vida política y esto sin importar las consecuencias.
La palabra que significa lo contrario de “confesar” es la palabra “negar” (San Juan 1:20; Juan 2:22- 23). Confesar es decir “SÍ”; negar es decir “NO”.
Asumir que este pasaje es una sugerencia de que haciendo una simple oración eres salvo contradice la verdad que la fe que salva incluye el creer y el obedecer.
Por otra parte, la palabra “creyeres” proviene del griego “pisteuo” y es la forma verbal de pistis que quiere decir FE, significa «confiar en, tener fe en, estar plenamente convencido de, reconocer, depender de alguien».
Pisteuo es más que creer es tener dependencia y confianza lo que te lleva la OBEDIENCIA. Esto quiere decir que te sometes a la voluntad de Dios después que lo has proclamado públicamente Señor.
Si este pasaje donde “confesar” por medio de una oración te diera salvación, contradeciría a San Mateo 7:22-23:
“22 Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? 23 Y entonces les declararé:
Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.”
¿¿Estas personas habían CONFESADO a Jesús, pero sabes qué?? NO LO OBEDECÍAN por lo que Jesús no los confesos (reconoció) a ellos.
Lo que decimos, tenemos que vivirlo, tiene que concordar con nuestra vida. En la carta a Tito 1,16,
San Pablo describe a un grupo de personas que confiesan que ellos conocen a Dios. “Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan, siendo abominables y rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena obra.”
¿Pero conocían a Cristo como Señor? Sus labios decían, “Sí, conocemos a Dios”. Pero sus vidas dicen, “No, no conocemos a Dios”. Estas personas nombran el nombre de Cristo, pero ellos no pertenecen a Dios.
Comparemos Romanos 10, 9“Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor” con Filipenses 2:11
“Toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor” Acá está el énfasis, TODO tiene que hablar del Señorío de Jesús. Esa es la verdad que debe ser confesada por la boca del creyente.
La PALABRA “Señor” es la palabra griega “kurios”, que es la palabra que es usada consistentemente en el Antiguo Testamento para Adonaí Debemos confesar que Jesús es ADONAÍ o sea que ÉL es DIOS.
Nuestros Mártires desde Roma en el Siglo I hasta en Siria, Irak, Egipto, Sudan, Nigeria, Kenia, Paquistán, India y un largo etc. han muerto CONFESANDO que Jesús es Dios y Señor y nadie más, pero esto es producto de una oración instantánea?? ¡NO! Es que ellos han seguido en su vida el patrón expresado por San Pablo en Romanos:
– CONVICCION DE PECADO, Romanos 3 10, 23
– JUSTIFICACION, Romanos 3 24,27
– BAUTISMO, Romanos 6 3,6
– SANTIFICACION Romanos 6, 12,22
– TESTIMONIO, Romanos 9,10
No caigas en errores de falsas teologías de moda, la Salvación no es una oración…esa es una salvación fácil y el camino al cielo es difícil. Tú eres salvo porque has sido bautizado, porque has creído y porque has obedecido rectificando tu vida y tus desobediencias en el Sacramento de la Confesión. No te dejes engañar por las Sectas y sus recetas fáciles. Nuestra Iglesia tiene el camino difícil pero que llega al cielo.
¡QUE CONTENTO ESTOY DE SER CATÓLICO!
Frank Morera
Ministerio Siloe
Artículo cortesía de la página web www.apologeticasiloe.com
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Richbell Meléndez. Laico católico dedicado tiempo completo al apostolado de la Apologética y subdirector de la Escuela de Apologética Online DASM.
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Por: P. Jon M. de Arza, IVE
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Pregunta:
No falta mucho para que comience la Cuaresma y estaremos prontamente preparando la liturgia para la Celebración de la Pasión del Señor, el próximo Viernes Santo.
Tengo un par de preguntas, sobre la Adoración de la Cruz:
1) ¿Podría una escolta de soldados romanos, con un par de tambores, entrar la Cruz al templo para la Adoración?
2) La Cruz ¿debe ser Crucifijo?
Gracias por su dedicación. Luis.
Respuesta:
Tampoco parece procedente hacer acompañar la Cruz por soldados romanos, puesto que no se deben mezclar las representaciones o dramatizaciones de la Pasión del Señor con la celebración litúrgica del Viernes Santo. La liturgia no es una mímesis o imitación crasa de los acontecimientos del Viernes Santo, sino que es presencia mistérica o anámnesis, de acuerdo a lo que enseña el Directorio sobre la piedad popular y la liturgia(SCCDDS, 2002):
«Respecto a las representaciones sagradas hay que explicar a los fieles la profunda diferencia que hay entre una ‘representación’ que es mímesis, y la ‘acción litúrgica’, que es anámnesis, presencia mistérica del acontecimiento salvífico de la Pasión» (n. 144).
Por ejemplo, hablando de la procesión del «Cristo muerto», dice expresamente el mismo Directorio (y podríamos tomarlo como principio iluminador para nuestro caso): «143. Sin embargo, es necesario que estas manifestaciones de la piedad popular nunca aparezcan ante los fieles, ni por la hora ni por el modo de convocatoria, como sucedáneo de las celebraciones litúrgicas del Viernes Santo. (…).
Finalmente, hay que evitar introducir la procesión de ‘Cristo muerto’ en el ámbito de la solemne Celebración litúrgica del Viernes Santo, porque esto constituiría una mezcla híbrida de celebraciones».
Este es el riesgo, que se mezclen y desnaturalicen las cosas, tal como sucede con algunos que pretenden una «teatralización» de la Misa, cada vez más mimética de la Última Cena, y ¿quién pondrá límites a la inclusión de otros personajes históricos en la celebración litúrgica? Todas estas escenas podrán realizarse muy bien, en un Via Crucis o e una representación de la Pasión, pero en un campo extra-litúrgico, y es muy deseable que se tengan estas manifestaciones de nuestra fe.
Por su parte, el Misal Romano, dice en la rúbrica respectiva, que la Cruz sea acompañada de dos ministros con cirios encendidos.
En cuanto a lo segundo, si Cruz o Crucifijo:
El Misal Romano no dice nada de Crucifijo para el Viernes Santo, sino que habla de ostensión y adoración de la «Cruz». La Ordenación General del Misal Romano, indica que el sacerdote, en los ritos de entrada, «según las circunstancias, inciensa la cruz y el altar» (n. 49); y para el ofertorio: «el sacerdote puede incensar los dones colocados sobre el altar, y después la cruz y el altar mismo» (n. 75). Pareciera tratarse de una cruz simple, pero en otra parte, cuando se habla de los elementos que deben estar sobre el altar, apunta la misma OGMR: «Igualmente sobre el altar, o cerca del mismo, debe haber una cruz adornada con la efigie de Cristo crucificado. Los candeleros y la cruz adornada con la efigie de Cristo crucificado pueden llevarse en la procesión de entrada» (n. 117). Y, más adelante: «La cruz adornada con la imagen de Cristo crucificado y tal vez llevada en la procesión, puede erigirse cerca del altar para que se convierta en cruz del altar, la cual debe ser una sola; de lo contrario, déjese en un lugar digno» (n. 122).
Asimismo, en relación al ornato del altar, prescribe la OGMR: «Igualmente, sobre el altar, o cerca de él, colóquese una cruz con la imagen de Cristo crucificado, que pueda ser vista sin obstáculos por el pueblo congregado. Es importante que esta cruz permanezca cerca del altar, aún fuera de las celebraciones litúrgicas, para que recuerde a los fieles la pasión salvífica del Señor».
Un dato interesante nos lo reporta la indicación sobre el gesto de adoración (la genuflexión) para la Cruz el Viernes Santo: «La genuflexión, que se hace doblando la rodilla derecha hasta la tierra, significa adoración; y por eso se reserva para el Santísimo Sacramento, así como para la santa Cruz desde la solemne adoración en la acción litúrgica del Viernes Santo en la Pasión del Señor hasta el inicio de la Vigilia Pascual» (n. 274). Lo que se adora aquí, propiamente, aunque con culto de latría relativa, es la Santa Cruz, no el Crucificado (puede verse este tema aquí).
Al no precisar la OGMR, como se hace más arriba (lo mismo que cuando se describe el rito, ya en el Misal Romano, como hemos visto), hemos de concluir que para la adoración del Viernes Santo, se trata sólo de la Cruz, sin la efigie de Cristo crucificado. Además, en la celebración litúrgica de la Pasión del Señor, luego de la solemne proclamación del Evangelio que relata la misma, se manifiesta mejor la muerte de Cristo al estar la Cruz desnuda, sin la imagen de Nuestro Señor. La Cruz sola corresponde mejor a la verdad del signo: se adora la cruz «donde estuvo suspendida la salvación del mundo» (como canta el sacerdote invitando a la adoración). Las oraciones, pues, hacen referencia a la Cruz y no a Cristo.
La Cruz Crucifijo recuerda la Pasión de Cristo, pero el momento de la Adoración de la Cruz es posterior a la misma Pasión, que litúrgicamente se celebró en la Primera Parte, con la Liturgia de la Palabra (más aún, teniendo en cuenta que el Viernes Santo no hay celebración sacramental del Sacrificio de la Misa). Se trata de un momento, podríamos decir, de exaltación de la Cruz, un paréntesis en el Viernes Santo, que luego tendrá su magnificación o celebración en «detalle», el 14 de septiembre, fiesta de la Exaltación de la Cruz. El himno a la Cruz señalado en el Misal (el Pange Lingua), es un himno de gloria: «Que canten nuestras voces la victoria de este glorioso combate; que celebren el triunfo de Cristo en el nuevo trofeo de la cruz, donde el Redentor del mundo se inmoló como vencedor/Esta es la cruz de nuestra fe, el más noble de los árboles: ningún bosque produjo otro igual en ramas, flores y frutos».
Lo que venimos afirmando, está de acuerdo con el origen de este antiguo rito, que tuvo lugar en Jerusalén cuando fue encontrada la Santa Cruz de Nuestro Señor (s. IV). Reliquias de la misma fueron repartidas rápidamente, sobre todo a Roma, de manera que el rito suponía que se adoraban o veneraban las reliquias de la Santa Cruz. Nada hacía suponer que incluyera la imagen del Crucificado. Además, incluso como ornato del Altar, el Crucifijo entró recién en el s. XIV (Cf. RIGHETTI, M., Manuale di storia liturgica, Áncora, Milano 2005, 2ª Anastatica, I, 536).
Podemos concluir que para la santa Misa, debe utilizarse un Crucifijo, y para la Adoración de la Cruz, una simple cruz, aunque «suficientemente grande y bella», como pide la Carta Circular de la SCCDS, del 16/01/1988, sobre La Preparación y celebración de las fiestas pascuales.
P. Jon M. de Arza, IVE
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Por: Henry Vargas Holguín
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Se pueden incluir como excepción donde ha habido siempre tradición cultural y litúrgica en este sentido
El baile es un arte y como tal, por medio del cuerpo, es un medio para expresar o exteriorizar sentimientos humanos.
La danza es apta para transmitir la alegría, y para un creyente, cuando éste baila con fe, se podría hablar de la oración del cuerpo. Esta oración puede expresar alabanza y petición con movimientos.
Por eso es que entre los místicos encontramos momentos de danza como una expresión de la plenitud de su amor a Dios y de la alegría al estar en su presencia. Recordemos los casos, entre otros, de santa Teresa de Ávila, san Gerardo Maiella, san Pascual Bailón y san Felipe Neri.
Cuando el Doctor Angélico deseaba representar el paraíso, lo hacía como una danza por los ángeles y los santos.
En la misma cena de pascua judía se danzaba. Y Jesús participó de esa cena, (Mc. 14, 12 – 25) y muy seguramente danzó mientras cantaban los salmos.
Recordemos que el término ‘pascua’ proviene de pasja (transcripción griega y latina de la palabra hebrea, pesah); que a su vez enlaza al verbo pasah, que significa «pasar», «saltar». De aquí viene el significado de ‘fiesta’ (danza) y ‘paso’, por eso en este tipo de celebraciones era común bailar.
Ahora bien, una cosa es orar con el cuerpo, involucrando todo nuestro ser y otra, muy diferente, es incluir el baile en la misa. La danza nunca ha sido parte integral del culto oficial de la Iglesia Latina.
Las decisiones conciliares condenan frecuentemente la danza religiosa porque no conduce mucho a la adoración y porque puede degenerar en desorden. Ninguno de los ritos cristianos incluye el baile, el baile no es conocido en el Rito Latino de la Misa.
Las danzas en la misa o lo que la gente llama «baile» son sólo una excepción (en rito etíope o en la forma zaireana de la liturgia romana es simplemente una procesión con orden rítmico, algo que se ajusta muy bien a la dignidad de la ocasión); como también es una excepción el baile dentro de la misa de la vigilia pascual del Camino Neocatecumenal.
Por tanto la danza no está prohibida de manera absoluta. A favor estas excepciones recordemos la Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la Sagrada Liturgia del Concilio Vaticano II, en la que –en el numero 37- se dan las normas de adaptación de la liturgia al carácter y tradiciones de varios pueblos:
“La Iglesia no pretende imponer una rígida uniformidad en aquello que no afecta a la fe o al bien de toda la comunidad, ni siquiera en la Liturgia: por el contrario, respeta y promueve el genio y las cualidades peculiares de las distintas razas y pueblos.
Estudia con simpatía y, si puede, conserva íntegro lo que en las costumbres de los pueblos encuentra que no esté indisolublemente vinculado a supersticiones y errores, y aun a veces lo acepta en la misma Liturgia, con tal que se pueda armonizar con el verdadero y auténtico espíritu litúrgico”.
Teóricamente se puede deducir de este pasaje que pueden ser introducidas en el culto católico ciertas formas o patrones de danzas; pero no serán nunca norma para la Iglesia universal.
En principio bailar no es una forma de expresión de la liturgia cristiana pues los bailes (los bailes cúlticos) son más propios de las distintas expresiones ‘pseudoreligiosas’ que tienen propósitos muy variados y diferentes, ninguno de ellos compatibles con el propósito esencial de la liturgia cristiana.
Es lógico concebir la posibilidad de que la danza forme parte de una acción litúrgica, ya que el cuerpo es parte del orante; y por esto la danza, para que sea oración, debe expresar sentimientos de alabanza y adoración, gozar de la presencia del Señor.
Pero, claro, la danza dentro de la misa o acciones litúrgicas es ‘bien vista’ sólo donde ha habido siempre tradición no sólo cultural sino litúrgica, sólo en algunos casos de tierras de misión en África o Asia, y ni siquiera cualquier tipo de baile o danza.
Por lo tanto, hay una gran diferencia entre culturas: lo que se ve o se aplica bien en una no puede ser admitida en otra.
Algunas formas de baile han sido introducidas dentro del contexto de la oración, pero la autoridad eclesial a este respecto ha puesto dos condiciones:
1. La danza debe estar regulada bajo la disciplina de la autoridad competente porque no todos los bailes o movimientos rítmicos del cuerpo acompañados por la música, aunque ayuden en la oración y sean expresión de fe, encajan dentro de la liturgia;
2. La danza debe ser un reflejo de los valores religiosos de la cultura y una clara manifestación de estos valores.
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