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Material relacionado: Crónica de un exorcismo (II), por Luis Losada, Hispanidad.com (España) El corresponsal religioso de EL MUNDO acude, incrédulo, al exorcismo que va a realizar un sacerdote autorizado por el Vaticano. Pero queda conmocionado al ver lo que le sucede a la joven poseída por el diablo.

-«Hic est dies» (éste es el día), dice el exorcista con el crucifijo en la mano.

-No, responde una voz ronca de hombre que sale de la garganta de la posesa, una preciosa chica de 20 años.

-«Exi nunc, Zabulon», (sal ahora, Zabulón), repite el sacerdote.

-No.

-¿Por qué no quieres salir?

-Para servir de testimonio.

-¿De testimonio de qué?

-De que Satanás existe.

Se corta la tensión en el ambiente penumbroso de la capilla. Satán luchando contra Dios. Una batalla a la que asisto atónito y en primera fila por primera vez en mi vida. «Esta debe de ser la razón por la que me invitó a presenciar el exorcismo. El diablo quiere publicidad», pienso en medio del shock. Mi mente gira a toda velocidad. Estamos en el clímax de un ritual que, hasta ahora, no encajaba en mis esquemas. Y eso que en el seminario los curas siguieron alimentando mi miedo infantil al Maligno, siempre dispuesto a tomar posesión de un alma. Después del Concilio Vaticano II, el dogma de la existencia del diablo pasó a ser una «parte vergonzosa de la doctrina» y, como tantos otros católicos, también yo prescindí de ella.

El exorcista, José Antonio Fortea, párroco de Nuestra Señora de Zulema, está exhausto. Y eso que sólo tiene 33 años. Pero lleva ya más de una hora luchando, crucifijo en ristre, contra Satanás. Marta (nombre ficticio de la posesa), en cambio, se encuentra tan fresca como al principio y no deja de rugir, bufar, revolverse y agitar su cuerpo como un resorte. Con una fuerza inusitada para una chica de 20 años, más bien menudita y de rasgos dulces. Son las 12,30 de la mañana de un día cualquiera y llevo hora y media presenciando un exorcismo.

Un par de días antes, recibí en mi móvil una llamada especial. Especial no por ser de un cura (recibo muchas), sino por ser de un exorcista católico (hay un par de ellos en España) que suelen mantenerse muy alejados de los periodistas. Quiere invitarme a presenciar un exorcismo. Me quedé de piedra. Asistir a un exorcismo oficiado por un sacerdote autorizado por el Vaticano es un auténtico caramelo para alguien especializado en información religiosa. Hasta ese momento y a pesar de llevar más de 20 años en la profesión, lo único que había conseguido fue entrevistar al exorcista oficial de Roma, el padre Gabriel Amorth. Ya entonces, al dedicarme su libro había escrito: «A José Manuel, con mi gratitud y con la advertencia de no tener jamás miedo del diablo».

Confieso que por miedo decidí devolverle la llamada al padre Fortea y pedirle que dejase venir conmigo a un compañero de la agencia EFE, también especialista en información religiosa. Aceptó. Nerviosos, el día señalado nos desplazamos en coche hasta la diócesis de Alcalá. Era un día radiante. Llegamos a la parroquia con mucha antelación. Cuestión de prepararse psicológicamente. Por el camino, bromitas y nervios. El exorcista nos había citado en su parroquia, una iglesia moderna, de ladrillo rojo, situada entre pinos. El interior, sencillo y limpio. Con un retablo y una gran cruz en medio. En un lateral, la pila del agua bendita con una inscripción: «El agua bendita aleja la tentación del demonio».

A las 10,30, el exorcista sale del templo y viene a nuestro encuentro. Es alto y delgado. Lleva gafas y una barbita bien recortada. Su aspecto impone. Quizá, por relacionarlo con su profesión de echador de demonios. Embutido en una sotana de un negro inmaculado, su tez blanquecina y su frente despoblada todavía resaltan más. Nos invita a dar un paseo para ponernos en antecedentes del caso.

SIETE DEMONIOS

«No soy ningún showman ni quiero publicidad. Si estáis aquí es porque os necesito para liberar a la chica. Tendréis que ser muy prudentes. No podréis dar pista alguna que permita la identificación ni de la muchacha ni de su madre. Preferiría que tampoco me nombraseis a mí, pero acepto ese sacrificio en aras de una mayor credibilidad. Pero sólo Dios sabe lo que me cuesta y los problemas que me puede acarrear. Y no tengáis miedo. A vosotros no os pasará nada». Insiste en la seriedad del tema. Asegura que en el Antiguo Testamento aparece 18 veces la palabra Satán. Y en el Nuevo Testamento, 35 veces la palabra diablo y 21 la palabra demonio. El propio Jesús hizo muchos exorcismos o lo que los Evangelios llaman «expulsar demonios». Fortea recuerda también que Juan Pablo II ha realizado al menos tres exorcismos reconocidos y advierte que la creencia en el diablo constituye uno de los pocos rasgos comunes a la práctica totalidad de las religiones. «Es el punto ecuménico por excelencia». Aprovecha para hacer un pequeño repaso por las distintas religiones y épocas históricas y las diversas teorías. Sigo mostrándome incrédulo. Me da la sensación de que trata de condicionarnos buscando justificaciones en la Historia.

Para hacerlo aterrizar en lo concreto, le preguntamos detalles del caso. Nos cuenta que se trata de un chica poseída por siete demonios. Que ya expulsó a seis, pero que el último se resiste. «Se llama Zabulón, es un diablo casi mudo pero muy inteligente. Su nombre ya sale en la Biblia. Siempre queda el jefe para el final. Llevo ya 16 sesiones y todavía no he conseguido expulsarlo, cuando en los casos más normales, basta con dos o tres». No quiere dar más detalles de la endemoniada. Sólo dice que vendrá acompañada por su madre, «que es una santa», y que la posesión se debió a un hechizo que le hizo una compañera de instituto, a los 16 años. «En una de las primeras sesiones le pregunté cómo había entrado y me respondió un nombre que yo no conocía. Su madre me dijo que era una compañera de clase, que había invocado a Satán para hacer un hechizo de muerte contra ella. Y de hecho, primero estuvo gravísima y a punto de morir. Una vez que sanó, comenzaron los fenómenos raros».

Desde entonces, su madre empieza a detectar cosas raras en su hija: muebles que se mueven, objetos que se rompen y, sobre todo, una inquina especial hacia los objetos religiosos, cuando era de misa dominical. Hasta que un día, de noche, oye ruidos extraños, se levanta y, cuando abre la puerta de la habitación de su hija, la ve sobre la cama, levitando.

Como no quiere perder a su única hija, comienza a buscar remedios. Habla con el párroco, que la remite a dos famosos psiquiatras. Pero ambos diagnostican que la chica es absolutamente normal. Ninguna explicación científica para los constantes dolores de cabeza que torturan a su hija. Y entonces, María (nombre ficticio de la madre), a sus 60 años, se lanza a la búsqueda de un exorcista. Recorre casi todas las diócesis españolas. Ningún obispo quiere saber nada de su caso. Está ya dispuesta a trasladarse con ella a Italia a ver al padre Amorth, cuando le hablan de un exorcista español que acaba de salir en la tele porque ha publicado un libro, Demoniacum, sobre los exorcismos.

En ese instante vemos llegar un taxi. «Son ellas», dice Fortea. María, la madre, es pequeña, delgada. Su mirada es todo dolor: «Creo en Dios y sé que, tarde o temprano, liberará a mi hija de las garras de Zabulón. Llevo cinco años de calvario. No lo sabe nadie de mi familia. Ni mis hermanos», confiesa. María es viuda y, cada vez que se desplaza desde su casa a la cita con el exorcista (prácticamente, una sesión por semana), tiene que inventarse alguna excusa. «No lo entenderían y no quiero que mi hija quede marcada para siempre».

EL RITUAL

A su lado, Marta sonríe tímidamente. Pequeña, de grandes ojos negros, un poco tristes, tiene la cara picada de una mala adolescencia. Pelo negro, recogido en una coleta. Los labios gruesos y sin pintar, aunque contraídos en una mueca casi de dolor. Lleva unos vaqueros, un niqui azul cielo de manga corta y cuello alto y unos zapatos negros. Es guapa. Sus ojos llaman la atención, pero más que timidez desprenden miedo, mucho miedo. Me parece una chica de lo más normal que, nos cuenta, estudia Matemáticas en la Universidad. «Es imposible que esté poseída», pienso para mis adentros.

El padre Fortea abre la capilla, en los bajos de su parroquia donde dice misa a diario, y vuelve a cerrar con llave por dentro. Es pequeña, acogedora. Dentro, penumbra y silencio absoluto. Fuera, un sol radiante. El exorcista pide ayuda para transportar una colchoneta forrada de plástico verde, grande y pesada, para colocarla al pie del altar. La capilla, rectangular, tendrá unos 25 metros cuadrados. Sin ventanas. En el centro, un altar enorme. Encima un mantel blanco y seis velas encendidas, amén de una gran Cruz de Trinidad, apenas iluminada por la luz mortecina de un halógeno. Al fondo, la imagen de un Pantocrátor iluminado y el Santísimo. En un lateral, una imagen de la Virgen con el Niño en brazos.

Nada más entrar en la capilla, madre e hija se preparan para el rito. Marta se pone unos calcetines blancos, mientras su madre saca del bolso un rosario, un crucifijo de unos 15 centímetros y una postal de la Virgen de Fátima, y los coloca al lado de la colchoneta. Trato de registrar el más mínimo detalle en mi mente. Sigo pensando que asisto a un montaje. Marta se recuesta en la colchoneta boca arriba, mirando a la cruz. María se arrodilla a su lado, una postura que no abandonará durante las siguientes dos horas y media. El padre Fortea reza un rato de rodillas, se quita la sotana, bebe agua y se sitúa sobre el extremo de la colchoneta más alejado del altar.

Presiento que el rito va a comenzar. Me siento, expectante, en el banco. El exorcista extiende su mano derecha y la impone sobre el rostro de la joven, sin tocarla. Luego, cierra los ojos, agacha la cabeza y susurra varias veces una plegaria ininteligible. Un alarido desgarrador, el primero, rompe el silencio de la capilla, penetra en mi alma y me pone la carne de gallina. No es humano. Es un chillido sobrecogedor y profundo el que sale de la garganta de Marta. Pero no puede ser ella. No es su tono de voz. Es ronco y masculino. El padre Fortea sigue rezando y los rugidos se suceden. Poco a poco, el cuerpo de la joven se estremece vivamente. Su cabeza se mueve de un lado a otro con lentitud al principio, con inusitada rapidez después.

«SAL, ZABULON»

Ante la salmodia del exorcista, la joven gime y se retuerce sin parar. Al instante, el gemido se convierte en rugido desgarrador, altísimo, furioso. El exorcista acaba de colocar el crucifijo sobre su vientre y entre sus pechos, mientras la rocía con agua bendita. Patalea con tanta furia que el crucifijo se cae y la madre lo recoge una y otra vez y se lo vuelve a colocar de nuevo, mientras le acerca el rosario que Marta arroja a lo lejos, con furia. Parece tranquilizarse un poco pero, inmediatamente, vuelve a rugir. No hay un momento de respiro. El padre Fortea acaba de invocar a san Jorge y, al oírlo, la joven grita, bufa, pone los ojos totalmente en blanco, arquea el cuerpo y se levanta toda entera un palmo de la colchoneta. No doy crédito.

-Besa el crucifijo, dice el exorcista.

-No.

-Jesús es Rey.

-Assididididaj.

-Secuaz de Satanás, estás en tinieblas.

-Assididididaj

-Estás haciendo mucho bien. Por tu culpa, mucha gente va a creer en Dios.

-No.

-Sal, Zabulón, te lo ordeno en nombre de Cristo. Te espera la condenación eterna. No hay salvación para ti.

Mientras el padre Fortea sigue conminando a Zabulón, las manos de la joven se han ido transformando. Son como garras. El exorcista arrecia sus plegarias y sus exhortaciones: «Hoy es el día. Sal, Zabulón. Sal de esta criatura en nombre de Dios». La joven se desata en temblores. Los gritos se elevan hasta el espanto. Y con voz ronca dice: «Asesinos». Es entonces cuando el padre Fortea le pregunta por qué no sale y Zabulón le contesta: «Para que la gente crea en Satanás».

Agotado, tras hora y media de lucha, el exorcista se levanta y sale de la capilla. Esto no puede ser una impostura ni un montaje. Hay que tener muchas agallas para dedicarse a esto. Y menos mal que los casos de posesión, según cuenta después el padre Fortea, son muy pocos. Él lleva cinco años ejerciendo y sólo ha tenido cuatro en España. Pero, mientras preparaba su tesis, asistió a otros 13 exorcismos. Se nota que tiene práctica: manda, templa, insiste y, con voz suave pero enérgica, tortura al diablo sin piedad. Con lo que más le duele. Siempre en nombre de Dios. No parece tener miedo alguno. Y eso que ya sabe lo que es ser atacado por Satanás. Una vez, en un exorcismo, dice que el diablo le hizo sentir la misma sensación y el mismo dolor que el que lleva un puñal clavado en el brazo.

Fortea sale de la capilla y mi corazón se acelera, pensando qué puede ocurrir ahora sin la presencia tranquilizadora del exorcista. Pero no pasa nada. O sí. María, la madre, coge las riendas del rito y comienza a repetir las mismas o parecidas frases del exorcista. Con calma, pero con decisión, parece no dirigirse a su hija, sino al Maligno que la posee:

-En nombre de Cristo te ordeno que salgas.

-No.

-Abre los ojos y mira a la Virgen, le increpa mientras pone a su vista una postal de la Virgen de Fátima. Pero, por toda respuesta, obtiene un bufido. Entonces coge el crucifijo.

-Es tu Creador, ¿lo ves?

-Sí, dice la voz de ultratumba acompañada de rugidos y bufidos constantes.

-Míralo, Zabulón, no te resistas. Sabes que es tu día y tu hora. Ha llegado tu día y tu hora.

-Noooo...

-¿Por qué te resistes?

-Estoy harto. Ya te lo dije muchas veces.

-Di a esos señores por qué no te vas.

-Uhhhh.

-Díselo claramente.

-No quiero.

-Díselo en nombre de Cristo

-Para que crean en Satanás.

-San Jorge, ven. San Jorge, ven. Ven, san Jorge. Sal de ella san Jorge.

La posesa se detiene un segundo, sonríe y dice, con sorna:

-Sal, san Jorge...

Coge al vuelo el error de la improvisada exorcista y lo mismo hará, un rato después, con una pequeña equivocación del padre Fortea. Pero María no se da por vencida. Es una auténtica Dolorosa al pie de la cruz de su hija poseída. Me da tanta pena que también yo me arrodillo y, entre lágrimas, suplico a Dios (por lo bajo, no me atrevo a intervenir más directamente) que, por lo que más quiera, libere a Marta. Mi compañero hace lo mismo. Hacía tiempo que no rezaba con tanto fervor.

Entonces entra de nuevo el exorcista, coge una cajita con hostias consagradas del sagrario y se coloca delante de la joven:

-Mira al Rey de Reyes y arrodíllate ante Él.

-No.

-Siervo desobediente y rebelde, arrodíllate, repite el padre Fortea, mientras exhibe la hostia consagrada.

-Asesino, déjame.

-San Jorge, haz que se arrodille.

Y como un resorte, ante la mención de san Jorge, la posesa se arrodilla y el padre Fortea le hace abrir la boca para que reciba la sagrada comunión. Y continúa torturando al diablo que anida en Marta. Tras darle la comunión, coge una Biblia y recita el Apocalipsis: «Entonces el diablo fue arrojado a la lengua de fuego y azufre... allí será atormentado día y noche por lo siglos de los siglos». Y hace repetir al diablo frase por frase.

-Repite: Cuánto más me hubiera valido seguir a la luz.

-Cuánto-más-me-hubiera-valido-seguir-a-la-luz, repite a regañadientes y arrastrando cada palabra.

Y así durante un buen rato. El exorcista parece un maestro que enseña a un niño rebelde, que repite a la fuerza, entre bufidos y alaridos, frases como éstas: «Señor, tú eres Rey. Yo soy tu criatura. Nada escapa a tu poder. Eres el Alfa y Omega...»

-Ya no más. Me estoy cansando, gruñe.

Pero el padre Fortea arrecia en su acoso, coge un banquito y se sienta ante la posesa con un crucifijo en la mano. «Hic est dies», repite con fuerza. Por un momento, creo que lo va a conseguir.

-Cuanto más tardes en salir, más gente creerá en Dios. Eres un predicador de Dios. Acércate, siéntate y besa a Cristo crucificado. Dale un beso de respeto y homenaje.

Como zombi, Marta se sienta y se acerca a la cruz. Tiene los ojos en blanco y echa espumarajos por la boca, pero besa el crucifijo. Entonces Fortea la coge suavemente por un brazo, le hace levantar y la obliga a recorrer la capilla y besar a la Virgen y al Sagrario.

-Aquí está Dios. Repite siete veces: Iesus, lux mundi. La posesa repite, pero al terminar le lanza una mirada como de fuego y le dice:

-Asesino, déjame, no puedo más. Pero el exorcista continúa un buen rato.

Ha pasado otra hora. Fortea se toma un respiro. «Ahora usted», le dice a la madre. Y sale de la capilla. Y María se inclina sobre su hija y comienza a increpar a Zabulón:

-Tienes que dejar esta criatura. Por la sangre de Cristo, déjala ya. Sus ángeles están con ella. Vienen los tres arcángeles. La Virgen te va a aplastar la cabeza...

Zabulón sigue bufando y retorciéndose, pero no parece que esté dispuesto a irse. Al rato entra de nuevo el padre Fortea:

-¿No temes la sentencia de Dios?

-Sé cual es, grita desgarrada.

SOLOS CON LA ENDEMONIADA

El padre Fortea mira a la madre: «No se va a ir. Dejémoslo por hoy». Se levanta y se va. Los gritos se detienen en seco. Noto cierta decepción en el rostro de María. Me da la sensación de que esperaba que fuese hoy. Ha pasado casi tres horas de rodillas, pero en su cara no hay signos de cansancio, sólo de cierta desilusión. Recoge con paciencia la estampa de la Virgen y el crucifijo y sale de la capilla. Mi compañero y yo nos quedamos solos con la endemoniada. Unos segundos que se hacen eternos. Nos hemos quedado pegados al banco, sin respiración. De pronto, se vuelve hacia nosotros, abre los ojos (que ha mantenido en blanco durante tres horas) y nos lanza una mirada que no olvidaré mientras viva. Sus ojos son de otro mundo. Nunca vi algo así en mi vida. Al instante, la mirada vuelve a ser la de Marta, que nos sonríe, se levanta con tranquilidad, se sienta en el banco y se quita los calcetines blancos que dobla con sumo cuidado. Noto que apenas suda, a pesar de las tres horas de ejercicio continuo. Se pone los pendientes y nos vuelve a sonreír.

-¿Cómo éstas?

-Cansada

-¿Sabes lo que ha ocurrido?

-No, no recuerdo. Y mientras nos habla, coge la estampa y el crucifijo, a los que hace un rato tanto odiaba, y los besa con cariño.

-¿Te duele la garganta?

-No.

Y su voz es tan suave como cuando llegó. Nadie diría que por esa misma garganta salieron aullidos durante tres horas.

-¿Sabes por qué estás aquí?

-Sí, eso lo sé. Sé que tengo...

No termina la frase. Respetamos su silencio. Salimos y nos sentamos en un salón contiguo los cinco. Marta está tranquila. Vuelve a ser la chiquilla tímida de antes. «Todas las noches», nos cuenta María, «antes de acostarme cojo el crucifijo, del que nunca me separo, y bendigo mi habitación: «En nombre de Dios, malos espíritus salid de esta habitación. Y ella, antes de acostarse, siempre me pregunta: "¿Mamá, has bendecido la habitación?"» Pero aún así pasa miedo. Como cuando las manos de su hija se convirtieron en garras al tocar la cruz o cuando la persigue con los dedos abiertos, en forma de cuernos, para clavárselos en los ojos.«Siempre amenazas que, afortunadamente, nunca cumple».

Y antes de despedirse, repite una súplica: «Que se conciencien la gente y los obispos. Que haya muchos más exorcistas». Abraza a su hija, se suben las dos al coche del padre Fortea y se van. Marta se vuelve y nos mira. Sus ojos son el grito de angustia del esclavo encadenado. El padre Fortea queda en llamarme cuando se produzca la liberación definitiva.

Rezo por Marta y por su madre. Lo que vi no es un montaje.

ASI ES ZABULON
«No habla demasiado, pero es muy inteligente». Así describe el padre Fortea a Zabulón, el enemigo contra el que viene luchando desde hace siete meses. Al principio, el padre Fortea pensó simplemente que así se llamaba el décimo hijo de Jacob y Lía, su mujer. Después, investigando un poco más, cayó en la cuenta de que se las estaba viendo con uno de los demonios más poderosos del infierno.

Ha aparecido sólo tres veces en la Historia. La primera, en Ludón (Francia), en el siglo XVI. Casi todas las monjas de un convento quedaron poseídas por multitud de diablos, que las atormentaban sin pausa. El jefe era Zabulón. La segunda fue en los años 50, en un caso de exorcismo realizado por el padre Cándido, el exorcista italiano maestro del padre Amorth. Y ahora, ha vuelto a aparecer.

Un Dios Misterioso - Martin Zavala Un Dios Misterioso
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"¿Que es este horror de cosas al que me veo arrojado?". El apremiante llamamiento de Beckett al sentido de las palabras refleja a la perfección la zozobra que experimenta un adulto pegado -por casualidad, obligación o libre elección - a la gran pantalla donde se proyecta Pokémon (la película): una maraña de cosas y animales informes, sonidos y colores alienígenas, que se suceden con ritmo frenético durante hora y media, dejando al espectador extenuado. Hablar mal de ella es como dispararle a un muerto, ya que los dibujos son feos, la animación mala, inexistente la caracterización de los personajes, sin ritmo la historia. Pero la película ha recaudado en el mercado estadounidense más de 180 millones de dólares y ha doblado su éxito también en Italia, donde se ha convertido en récord de taquilla desde la primera semana de su proyección. Es el último peldaño de una operación mundial de marketing, tan asombrosa y perfecta que da que pensar: el video-juego que lanza la serie televisiva, la serie que lanza los cromos, los cromos que lanzan la página web, que vende libros, juegos, chucherías, llaveros, tatuajes, etc.

 

Los Pokémon - pequeños monstruos que salen de la esfera en la que viven para combatir a sus semejantes y acrecentar el poder de sus "maestros", los niños - son de ilustre linaje. El padre, Nintendo, el productor japonés que les bautizó como juego para la Game Boy en el lejano 1996 y que después les ha promocionado en todos los fregados. La madre, la Time Warner, la mayor empresa americana del sector que, desde septiembre de 1999, posee los derechos en exclusiva de la serie de televisión, campeona de audiencia desde la primera semana de su emisión en WB Network, tras haberla depurado de todo lo que hubiera podido turbar a los pequeños yankees: violencia, discriminación sexual, alusiones "religiosas", sangre y puños. En Italia, en la RAI 1, los dibujos registran una media de dos millones de espectadores al día. Y son más de 50 millones los sobrecitos de cromos vendidos en el primer mes por Topps Italia. Y está a punto de salir el "libro oficial", editado por la Sperling & Kupfer: tomos de 100 páginas que recogen episodios y secretos de los afortunados personajes, los cuadernillos fosforescentes para leer en la oscuridad, los llaveros con cristales mágicos.

Cuchillas vegetales

 

Políticamente correctos: ése es el secreto de los Pokémon. Las míticas "cuchillas giratorias" de Mazinger se acomodan al espíritu de los tiempos y pasan a ser "cuchillas vegetales". No se muere en la pelea de Pokémon: el monstruo que pierde el desafío evoluciona y puede ser recuperado en el Pokémon Center, una sociedad de alta tecnología donde lo ponen a punto para combatir de nuevo. Y si - como sucede en la película - científicos malvados deciden donar los Pokémon para hacerles artificialmente más fuertes y conquistar el mundo a través de sus misteriosos poderes, la amistad de los niños-maestros les salva. Se habla mucho de valores, entre hologramas futuristas, antiguas profecías y jerga hipertecnológica. Mewtwo, el Pokémon clonado que en una película normal sería el malvado (pero cuidado con hablar de bien y mal en el extraño mundo de los "monstruos de bolsillo") se pregunta continuamente cuál es el fin de su vida, el destino que le aguarda. Descubrirá al final que, anulando las diferencias entre humanos y monstruos, se alcanza el fin, esa amistad universal que ha extasiado a los responsables del programa de una emisora católica y ha convencido, si bien con alguna incertidumbre, al critico cinematográfico de un periódico católico. Los niños se convierten en maestros de Pokémon «siguiendo su corazón»: y, paciencia si para ir a cazar monstruos deben abandonar a la madre, quien comenta alegremente en el primer episodio de la serie: «Todos los niños se van de casa, antes o después».

Existen muchas sombras en la feliz historia de los Pokémon que dicen mucho acerca de su brillante carrera. El primer incidente se remonta a diciembre del 97: durante un episodio de la serie de televisión, 700 niños japoneses se vieron presos de ataques de vómitos y vértigos. El gobierno abrió una investigación que condujo a la suspensión de los dibujos durante cuatro meses. El culpable parece ser el Pokémon más famoso, el tierno Pikachu, una criatura virtual amarilla a medio camino ente un perro y un topo, con carrillos y cola que lanzan flechas. La frecuencia de los relámpagos luminosos y el cambio frenético de los colores debieron de ser los responsables de los colapsos. Paradójicamente, el incidente multiplicó la fama del videojuego, que fue adquirido por la Nintendo América en un momento en el que los juegos de rol vuelan bajo en el mercado, y fue lanzado a lo grande junto a la serie televisiva y al resto de productos.

 

El boom de los cromos

Resulta asombroso también el boom de los cromos y nacen las primeras asociaciones anti-pokémon: en numerosos sitios web, creados por grupos de padres que eligen Internet para hacer contrainformación, crece la alarma acerca de la obsesión de que son presa los pequeños coleccionistas. Los Pokémon son 151 y el objetivo es poseerlos todos. «Gotta Catch'em All», "capturadlos todos", es el lema. Reconocerlos es fácil porque cada personaje repite obsesivamente su nombre («Squirtle, Squirtle, Squirtle»), que a su vez, en la versión occidentalizada, corresponde a la acción que lleva a cabo o a una característica física. El lema de la serie de televisión - "¿Quién es ese Pokémon?" - empuja a los niños a memorizarlos. Crece la fiebre de los cromos con la complicidad de los distribuidores que los van introduciendo en el mercado en pequeñas cantidades. Saltan las primeras denuncias en New Jersey; en Long Island los niños son inspeccionados al entrar en el colegio para evitar desórdenes; se multiplican los episodios de violencia. El contagio llega a Europa; Time le dedica al fenómeno su portada y artículos demoledores; la policía del condado de Wiltshire lanza un llamamiento público a las familias, después de que dos niños de 10 años fueran asaltados por coetáneos armados con cuchillos para robarles 54 cromos, por valor de 55.000 pesetas.

Lejos quedan los tiempos en que se definía a los personajes de Disney, con disimulado desprecio, como "antropomorfos", acusando al viejo Walt de desvirtuar arbitrariamente a gatos y topos con sentimientos y comportamientos humanos. Los japoneses han recogido la lección. Ash, Brock y Misty, los tres pequeños maestros de Pokémon, viven en un mundo alienado por una cultura "monstruosa": palabras, imaginería, paisajes, deseos y esperanzas, dependen de cánones incomprensibles, de normas rigidísimas y códigos hiper-especializados. No se habla de otra cosa en el extravagante mundo de los Pokémon, donde los niños se hacen maestros del propio destino y eligen un monstruo como amigo. Un mundo nuevo, un mundo cerrado: difícil salir para los niños, difícil entrar para los adultos. Para decirlo a lo Pokémon, ¡no nos dejemos capturar!

Emma Neri

 

* * *

La película

La trama se articula en tres episodios. El primero es una especie de excursión por la isla de los monstruillos Pokémon para descubrir sus características: basta imaginarse los prados de Heidi con ella corriendo seguida de sus cabras y sustituirlas por Pikachu, Bulbasaur y sus hermanos, que brincan de un punto a otro de un imaginario bosque feliz, tan acrobáticamente que arrancan los gritos complacidos de los niños que llenan el cine. El episodio siguiente - anunciado sin pudor por una gran inscripción que reza: Nintendo, a modo de purpúreo telón teatral - nos lleva al laboratorio del único humano malvado, quien trata de clonar, a partir de un pequeñísimo residuo de la raza pokémon ya extinguida, un hermanastro igual en su aspecto, pero más fuerte, imbatible sobre todo en su maldad: Mewtwo. Cuando éste se da cuenta de que ha sido admitido en el mundo sólo para que su amo sea más fuerte, dice: "¿Y quién me obligará a hacerlo?". Y comprensiblemente se rebela.

Ultima secuencia: Mewtwo se hace pasar por "entrenador" de Pokémon (en el videojuego los jugadores son llamados "entrenadores", dado que su objetivo es conquistar el mayor número de monstruillos, ganarse su confianza y simpatía para hacerlos mansos y obedientes como animalillos de circo, idóneos para conquistar a otros), y convoca a todos los mejores para una competición. Obviamente, los invitados se encuentran ante pokémon "vitaminados", tan poderosos que hacen pensar de inmediato en la rendición. Pero un golpe de escena los salvará. El valiente Ash, entrenador de Pikachu, comprende que el único modo de evitar que los pokémon buenos sean destruidos es crear una víctima: así pues, se lanza entre los dos principales combatientes y cae a tierra exánime. Su Pikachu comienza a desesperarse, llora, tal vez ha perdido a su padre y todos los demás -tanto los clonados como los originales- no pueden menos que unirse a él, y las lágrimas de todos lo devuelven a la vida. Mewtwo, el malo, dice: "Mejor me voy lejos a aprender lo que no soy, lo que hace a uno fuerte de verdad", y levanta el vuelo junto a los suyos en un cielo tempestuosos; la voz del narrador extrae impetuosa la enseñanza que Mewtwo ha ido a buscar: "No importa el modo en que has nacido, sino lo que haces con tu vida".

Es decir: basta con comportarse bien, no hay que perder tiempo preguntándose cuáles son nuestros orígenes, a quién se debe obedecer, qué se debe seguir, padres o entrenadores de videojuegos. La ética antes que nada, lo políticamente correcto enmascarado de bondad. No importa quién eres, mucho menos adónde vas: los buenos sentimientos te vuelven grande, no tus preguntas acerca de la vida.

Paola Navotti

 

* * *
Tal como recoge la revista Tiempo, 24 de abril de 2000 las cifras en España también son importantes

La serie de TV que emite Tele 5 tiene una cuota de pantalla del 54% (alcanzando en algunos episodios hasta un 72%) entre los niños de 4 a 12 años. La película es récord de taquilla en toda España.

Videojuegos: en nuestro país se han vendido más de 442.000 unidades entre juegos y accesorios.
Juguetes: se han vendido más de 300.000 unidades.

Cartas de estrategia: en nuestro país circulan ya más de siete millones de unidades.

España no ha llegado aún a los extremos de Estados Unidos mencionados. Pero, para el psicólogo y pedagogo Bernabé Tierno, "tampoco nuestros menores son ajenos a la epidemia. Este juego crea dependencia. El niño quiere conseguir más y más mascotas virtuales y es precisamente ese afán coleccionista que fomenta cierta adicción. Por si fuera poco, está obsesionado con convertirse en el mejor entrenador del mundo, para lo debe derrotar a los demás".

 

La respuesta de Nintendo España se limita a descargar su responsabilidad en una hipotética capacidad de los padres para la lucha contra el coloso: "No respondemos sobre cómo administran su tiempo los jugadores. La decisión está en manos sus educadores. Los niños no deben estar jugando las 24 del día. Les otorgamos una herramienta más de diversión, son sus padres los que deben determinar su empleo correcto".

(Este artículo ha sido publicado en el número 5 del año 2.000 (páginas 54 y 55), edición en castellano, de la revista oficial del movimiento católico Comunión y Liberación: "Huellas - Litterae communionis", (www.comunioneliberazione.org/tracce). Foro ARBIL agradece la autorización de su Dirección para la reproducción del mismo en nuestra publicación digital.)

Ten Cuidado el Demonio Existe Ten cuidado el demonio existe
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"A Dios no lo podemos conocer del todo, pero si podemos saber lo que no es"
San Agustín, Obispo de Hipona y Doctor de la Iglesia

 

ORIGEN Y PROPÓSITO
El 3 de febrero del 2003, la Santa Sede dio a conocer un documento titulado "Una reflexión cristiana sobre la Nueva Era", en dicho estudio se plantea la posición oficial de la Iglesia Católica con respecto a este movimiento científico-religioso que se remontan a la década de los años sesenta del siglo pasado; haciéndose popular en gran parte del mundo moderno. Su origen se debió al descontento de la juventud con la guerra en Vietnam, el movimiento hippie, la revolución de la Soborna en París y demás problemas sociales de la época. Sus líderes indujeron a las nuevas generaciones al uso de las drogas fuertes

 

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