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Por: Dominika Cicha


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El “nuevo feminismo” por el que abogó Juan Pablo II tiene un lugar particular en nuestra cultura moderna.

 

Con demasiada frecuencia consideramos el feminismo como una ideología en desacuerdo con las enseñanzas de la Iglesia. No obstante, conviene recordar que existieron y existen muchas formas de feminismo: radical, liberal, posmoderno, marxista y académico. El “nuevo feminismo” por el que abogó Juan Pablo II tiene un lugar particular en nuestra cultura moderna.

 

Una breve historia del feminismo

 

Los académicos dicen que el feminismo empezó ya en el siglo XVIII. En aquellos días, era en su mayoría un movimiento sociopolítico dirigido a igualar los derechos de hombres y mujeres en el trabajo y la educación. Probablemente, el término en sí lo usara por primera vez Charles Fourier en 1837.

 

La primera gran ola de feminismo empezó aproximadamente entre 1890 y 1920 y duró hasta principios de los años 60. Su objetivo más importante fue establecer los mismos derechos para hombres y mujeres y los sufragistas ingleses y estadounidenses desempeñaron un papel de liderazgo. Sus esfuerzos lograron que se concediera a las mujeres el derecho al voto en 1920 en Estados Unidos y en 1928 en Polonia. Por comparación, las mujeres en Suiza obtuvieron su derecho a votar solamente en 1971 y en Arabia Saudí en 2015.

 

La segunda ola de feminismo empezó en la década de 1960 y continuó hasta entrados los 70. Esta vez, el objetivo principal fue un salario igualitario, la libertad sexual y/o el derecho al aborto. La maternidad y el matrimonio eran considerados una forma de esclavitud. La feminista más famosa de ese periodo probablemente es Simone de Beauvoir, autora de «El segundo sexo«.

 

Luego, finalmente, llegó la tercera ola, que comenzó en los 80. Inspirada por el movimiento LGTB y por el ecologismo, tomó en consideración cuestiones raciales, económicas y religiosas.

 

Edith Stein: Ninguna mujer es solo una mujer

 

Si vamos a hablar de feminismo, no podemos ignorar a Edith Stein, también conocida como santa Teresa Benedicta de la Cruz. La historia la recuerda como una eminente filósofa y sus conferencias, artículos y ensayos sobre las mujeres entre 1928 y 1932 son imprescindibles. Puso énfasis en que “ninguna mujer es solamente una mujer”. Intentó examinar la naturaleza de la mujer desde el momento de la creación y mostró que toda mujer es una criatura cuidadosamente planificada por Dios y llamada por Él para unas tareas específicas, independientemente de los tiempos en que viva y de su procedencia. Al margen de los dones femeninos, como la capacidad de mirar holísticamente a otra persona y una empatía y deseo de ayudar innatos, toda mujer recibe unos dones y talentos individuales como persona, que puede usar en el trabajo, como esposa, madre, monja o persona soltera.

 

Stein era adelantada a su tiempo y advirtió sobre la dirección que estaba tomando el movimiento de emancipación. Destacó que el objetivo de las mujeres no debería estar en ser como los hombres, sino en vivir en armonía con su naturaleza y cumplir su vocación.

 

Juan Pablo II y su nuevo feminismo

 

Hoy en día se considera a Edith Stein una precursora del nuevo feminismo que Juan Pablo II delineó brevemente en la encíclica Evangelium Vitae, “El Evangelio de la Vida”, en la sección 99. No está claro si el papa se basó en los textos de santa Teresa Benedicta, pero sus puntos de vista sobre el tema parecen converger profundamente. Juan Pablo II escribió:

En el cambio cultural en favor de la vida las mujeres tienen un campo de pensamiento y de acción singular y sin duda determinante: les corresponde ser promotoras de un ‘nuevo feminismo’ que, sin caer en la tentación de seguir modelos ‘machistas’, sepa reconocer y expresar el verdadero espíritu femenino en todas las manifestaciones de la convivencia ciudadana, trabajando por la superación de toda forma de discriminación, de violencia y de explotación. (…) Vosotras estáis llamadas a testimoniar el significado del amor auténtico, de aquel don de uno mismo y de la acogida del otro que se realizan de modo específico en la relación conyugal, pero que deben ser el alma de cualquier relación interpersonal.

 

No se trata del único documento papal que habla sobre la mujer. El primero fue la carta apostólica Mulieris Dignitatem, “Sobre la Dignidad y la Vocación de la Mujer”, publicado en 1988 durante el Año Mariano. Juan Pablo II también escribió sobre feminidad en la carta apostólica Ordinatio Sacerdotalis, “Ordenación sacerdotal”, en 1994 y en la carta A Ciascuna di Voi, “A cada una de vosotras”, dirigida a todas las mujeres del mundo con motivo de la Conferencia Mundial sobre la Mujer de la ONU en Pekín en 1995.

 

El papa recalcó que la dignidad y la responsabilidad de la mujer son iguales a las del hombre y que la igualdad de sexos se consuma en ambas direcciones. También escribió que los deberes maternales y familiares de la mujer y sus tareas profesionales deberían complementarse y que solamente de esta forma se completaría el desarrollo cultural y social. Si una mujer decide trabajar en casa, debería recibir apoyo en su decisión.

 

Sin embargo, es difícil ofrecer una definición específica del nuevo feminismo. Michele M. Schumacher, teóloga y una de las principales investigadoras de esta corriente, la entiende como la “tarea —o misión— de describir exactamente lo que diferencia a una mujer de un hombre y, por tanto, cómo la una complementa al otro y viceversa; también tiene el objetivo de promover una auténtica cultura humana y cristiana”. El feminismo antiguo y el nuevo coinciden en que necesitamos luchar contra todos los tipos de violencia, explotación y discriminación contra las mujeres, porque son un legado de pecado.

 

El genio femenino

 

El nuevo feminismo se centra en particular en el genio femenino, que señala que cada mujer tiene una predisposición especial y es capaz de enriquecer el mundo según su propia vocación. Anima a la mujer a reconocer sus talentos y le muestra su potencial para construir una civilización de amor. Al mismo tiempo, el nuevo feminismo nos recuerda la igualdad de hombres y mujeres. No es que una mujer debiera estar sujeta a un hombre, sino que ambos están sujetos a Dios. Ambos fueron creados a Su imagen y semejanza; “ambos son, en la misma medida, susceptibles de la dádiva de la verdad divina y del amor en el Espíritu Santo”, explica Juan Pablo II en Mulieris dignitatem.

 

“…la mujer debe ‘ayudar’ al hombre, así como éste debe ayudar a aquella; en primer lugar por el hecho mismo de ‘ser persona humana’, lo cual les permite, en cierto sentido, descubrir y confirmar siempre el sentido integral de su propia humanidad. Se entiende fácilmente que —desde esta perspectiva fundamental— se trata de una ‘ayuda’ de ambas partes, que ha de ser ‘ayuda’ recíproca. Humanidad significa llamada a la comunión interpersonal” (Mulieris dignitatem, 7).


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