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Por: Don Francesco Carensi



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Jesús fue circuncidado en el octavo día. Se lee en el Evangelio: “Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le dio el nombre de Jesús, el que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno” (Lc 2, 21).



La narración evangélica prosigue narrando lo que sucede a cada hijo de la descendencia de Abraham (cf. Gn 17, 9-14; Lc 1, 59): al llegar al octavo día desde el nacimiento, el niño es circuncidado, es decir, recibe un corte indeleble en su carne, que da testimonio de estar en alianza con Dios.



La circuncisión es el signo de la alianza, un signo permanente en la carne, y precisamente porque los cristianos no tenían ya que practicarla, Jesuscristo en cambio quiso asumirla en fidelidad a la comunión con su pueblo, portador de las promesas y las bendiciones.



Pensemos que el pasado primero de enero en la liturgia se recordaba la circuncisión de Jesús… El hecho que este evento relacionado con la vida de Jesús haya sido recordado en la liturgia nos dice cuán importante es este signo de la carne, para comprender la encarnación. Dios se hace hombre y viene a habitar entre un pueblo y se vuelve a todos los efectos parte de esa realidad, que es Israel.



San Pablo en los Gálatas 4,4-7 dice: “Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de Dios”.



El Señor comparte el camino fatigoso de la humanidad, haciéndose siervo, aceptando la sumisión a la ley. Se trata de un recorrido de humillación que llega hasta la condena a muerte. Pero precisamente con esta solidaridad con el creyente, Cristo involucra el yo del creyente para hacerlo morir a la ley, y vivir una existencia nueva en la comunión con Dios.



Los beneficiarios de la expiación son aquellos que están sujetos a la legislación mosaica, y por lo tanto los judíos, pero las consecuencias conciernen a los demás, por lo tanto, nosotros hoy que recibimos la adopción como hijos, a través de ella se comunica al creyente una nueva existencia.



La Carta a los Gálatas toma una posición muy dura contra esos hermanos que quisieron imponer a los cristianos de origen pagano la circuncisión. Eso significaba imponer a los cristianos la observancia de la ley mosaica. Pero Pablo de manera muy dura dijo que el cristiano que confía en la observancia de la ley, con el fin de salvación, demostraría en vano la muerte de Cristo.



El principio de vida nueva para el cristiano no nace de la observancia de la ley, sino de la muerte y resurrección de Cristo. En otras palabras, observar la ley mosaica no atrae la benevolencia de Dios, sino que Dios es benévolo y salva a todos más allá de cualquier mérito posible.



La ley puede volverse la respuesta del hombre al amor de Dios, que salva, independientemente de una observancia escrupulosa. La ley encuentra su realización en el amor.



Por lo tanto, la respuesta del cristiano al proyecto salvífico de Dios está en la observancia de la ley del amor. En Rm 13,10 leemos “La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud”.



En el libro de Hechos el problema de la circuncisión de los paganos produjo la primera reunión de Jerusalén, que se suele llamar concilio. Se lee en Hechos 15,1: “Bajaron algunos de Judea que enseñaban a los hermanos: «Si no os circuncidáis conforme a la costumbre mosaica, no podéis salvaros.»



Puesto que Pablo Y Bernabé se oponían decididamente y discutían animadamente contra ellos, fue establecido que Pablo y Bernabé y algunos otros de ellos fueran a Jerusalén a ver a los apóstoles y los ancianos para esa cuestión.



Ellos, escoltados por una parte de la comunidad, atravesaron Fenicia y la Samaria contando la conversión de los paganos y suscitando gran alegría en todos los hermanos. Llegados a Jerusalén, fueron recibidos por la Iglesia, por los apóstoles y los ancianos y refirieron todo lo que Dios había realizado por medio de ellos.



Pero se levantaron algunos de la secta de los fariseos, que se habían vuelto creyentes, afirmando: es necesario circuncidarlos y ordenarles que observen la ley de Moisés. Entonces se reunieron los apóstoles y los ancianos para examinar este problema. Tras una larga discusión, Pedro se levantó y dijo: «Hermanos, vosotros sabéis que ya desde los primeros días me eligió Dios entre vosotros para que por mi boca oyesen los gentiles la Palabra de la Buena Nueva y creyeran. Y Dios, conocedor de los corazones, dio testimonio en su favor comunicándoles el Espíritu Santo como a nosotros; y no hizo distinción alguna entre ellos y nosotros, pues purificó sus corazones con la fe. ¿Por qué, pues, ahora tentáis a Dios queriendo poner sobre el cuello de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros pudimos sobrellevar? Nosotros creemos más bien que nos salvamos por la gracia del Señor Jesús, del mismo modo que ellos».



Al leer este texto comprendemos la no necesidad de imponer una prescripción de la ley judía a los cristianos procedentes del mundo pagano.



La respuesta fue igualmente clara: «hemos decidido de común acuerdo elegir a unos delegados y enviárselos junto con nuestros queridos Bernabé y Pablo, los cuales han consagrado su vida al nombre de nuestro Señor Jesucristo. Por eso les enviamos a Judas y a Silas, quienes les transmitirán de viva voz este mismo mensaje. El Espíritu Santo, y nosotros mismos, hemos decidido no imponerles ninguna carga más que las indispensables, a saber: que se abstengan de la carne inmolada a los ídolos, de la sangre, de la carne de animales muertos sin desangrar y de las uniones ilegales. Harán bien en cumplir todo esto«. (Hch 15, 25-29).



Por tanto, se decide no imponer la circuncisión, sino sólo vivir en la caridad intentando evitar esos gestos que pudieran turbar al hermano procedente del judaísmo a través de la consumición de las carnes inmoladas a los ídolos y una vida sexual sin normas.



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Por: Alvaro Real

 

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Algunas claves para poder intervenir en el debate cultural sobre aborto y eutanasia. ¿Cómo promover la vida?

 

La Conferencia Episcopal Española ha publicado en su página web material argumentativo ante el debate que se ha producido en España sobre la Eutanasia. En él comienzan explicando qué es eutanasia y qué no es eutanasia.

 

Eutanasia es la actuación que causa la muerte a un ser humano para evitarle sufrimientos. Es siempre una forma de homicidio, pues implica que un hombre da muerte a otro, ya sea mediante un acto positivo (eutanasia activa), o mediante la omisión de la atención y cuidados debidos (eutanasia pasiva). No es eutanasia en sentido verdadero y propio acciones u omisiones que no causan la muerte por su propia naturaleza e intención. Es el caso de la “ortotanasia”, consistente en dejar morir a tiempo, con dignidad y en paz, sin el uso de medios desproporcionados o extraordinarios.

 

En la página web se recogen documentos publicados por la Conferencia Episcopal Española y la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre la eutanasia y el acompañamiento en la etapa final de la vida.

 

En este material podemos encontrar una pequeña guía para propiciar la cultura de la vida. Los puntos que destacan los obispos españoles son los siguientes:

 

¿En qué puede colaborar un cristiano para promocionar una cultura de respeto de la vida humana?

Todos los cristianos podemos y debemos colaborar con nuestras palabras, acciones y actitudes, y recrear en el entramado de la vida cotidiana una cultura de la vida y del encuentro, rechazando la cultura del descarte y la exclusión. En particular, y sin pretender ser exhaustivos, todos podemos ayudar a esa inmensa tarea:

 

  1. Acogiendo con visión sobrenatural el sufrimiento, el dolor y la muerte, cuando nos afecte personalmente. La fe lleva a saber que quien sufre puede unirse a Cristo en su pasión y que, tras la muerte, nos espera el abrazo de Dios Padre;
  2. Ejercitando, según nuestros medios, posibilidades y circunstancias, un apoyo activo al que sufre y a su familia: desde una sonrisa, afecto, compañía hasta la dedicación de tiempo, recursos y dinero podemos hacer muchas cosas para aliviar el sufrimiento ajeno y ayudar, al que lo padece, a que renazca el amor, la alegría, la paz y la esperanza;
  3. Orando por los que sufren, por quienes los atienden, por los profesionales de la salud, por los políticos y legisladores en cuyas manos está actuar a favor de la dignidad del que sufre;
  4. Facilitando el surgimiento de vocaciones para las instituciones de la Iglesia que, por su carisma fundacional, están específicamente dedicadas a atender a la humanidad doliente y que constituyen hoy —como hace siglos— una maravillosa expresión del amor y el compromiso con los que sufren;
  5. Acogiendo con amor fraterno, afecto humano y naturalidad en el seno de la familia a los miembros dolientes, enfermos o moribundos, aunque eso suponga sacrificio;
  6. Haciéndonos presentes en los medios de comunicación social y demás foros de influencia en la opinión pública, con el fin de hacer patentes las notas características de una cultura de la vida y del encuentro y rechazando la cultura del descarte;
  7. Tomando parte en las instituciones y en la vida política, tanto con el voto como con la participación activa en las formaciones políticas, instituciones y administraciones, exigiendo el fomento de la cultura de la vida en cuestiones que afecten a la familia, la sanidad, el cuidado a los enfermos, ancianos, personas vulnerables, empobrecidos, etc.;
  8. Promoviendo entre los profesionales sanitarios un concepto de medicina y de asistencia sanitaria centradas en la promoción de la dignidad de la persona en toda circunstancia;
  9. Y tenemos a nuestra disposición un sacramento —la Unción de los enfermos— específicamente instituido por Jesús y depositado en la Iglesia para aliviar, sostener y fortalecer al enfermo y, cuando llegue el momento, prepararse para una buena muerte.

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Por: Richbell Meléndez



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Algunos pseudo-ortodoxos sobre todo los anticatólicos, debido a su anti-catolicismo evitan usar el termino "transustanciación" para referirse al misterio eucarístico aunque en realidad no niegan la creencia en la presencia real de Cristo, como siempre lo ha creido y enseñado el Cristianismo antiguo. De esta postura de evitar usar el termino "transustanciación" se agarran algunos apologetas protestantes para alegar que la creencia de la transustanciación es una invención del "romanismo".



Sin embargo, si profundizamos en la historia del Cristianismo encontraremos que hay muchos teólogos ortodoxos orientales que han usado y continúan usando el término "transubstanciación" para expresar mejor el "Misterio de fe" que es la Sagrada Eucaristía. El patriarca Genadio que rechazó el Concilio de la Reunión de Florencia (1439) pero era un devoto de la teología de Santo Tomás de Aquino, usó el término "transubstanciación". Lo mismo hizo Gabriel Severus, obispo de Filadelfia en el siglo XVI; también lo hicieron dos confesiones de fe importantes y de peso redactadas para refutar los errores protestantes: la Confesión Ortodoxa de Peter Mohila en 1640 y la del Patriarca Dositheos y su Consejo de Jerusalén (1672). Este último explicó, así como cualquier teólogo escolástico occidental que:



"Con la palabra Transubstanciación no se explica la manera en que el pan y el vino se transforman en el Cuerpo y la Sangre del Señor, porque esto es completamente incomprensible y es imposible excepto Dios mismo, y los intentos de explicación llevan a los cristianos a la locura y el error Pero la palabra denota que el pan y el vino después de la consagración son transformados en el Cuerpo y la Sangre del Señor no figurativamente o por imagen o por gracia superabundante o por la comunicación o presencia de la Deidad solamente del Unigénito. es cualquier accidente del pan y del vino transformado en cualquier forma o por cualquier cambio en cualquier accidente del Cuerpo y la Sangre de Cristo, pero real y real y sustancialmente el pan se convierte en el verdadero Cuerpo del Señor mismo, y el vino el Sangre del Señor mismo ... "



Por supuesto, la Eucaristía es un misterio más allá de la comprensión humana, pero, como señaló el teólogo jesuita Charles Boyer en 1972:



"El hecho eucarístico es el cambio de una realidad (sustancia) a otra. Las explicaciones que siguen no deben eliminar ese hecho que se denomina adecuadamente transubstanciación. Las explicaciones dadas por Santo Tomás son inteligibles y consistentes. Si alguien encuentra mejores, déjalo. él los propone, pero que respete el hecho fundamental. Que no haga una pesadilla de la palabra transubstanciación. El concepto de sustancia es de todos los tiempos. El espíritu humano concibe espontáneamente como sustancia, sin necesidad de Aristóteles, la realidad primaria de un ser." ("Sobre la Declaración de Windsor", L'Osservatore Romano , 16/3/72)



Es la creencia tanto de los católicos como de los ortodoxos orientales que en la Misa o la Divina Liturgia, el ser del pan y el ser del vino por la palabra del Señor sufren un cambio ontológico en Su Cuerpo y Sangre.



Tambien encontramos referencias al termino transustanciación en otros documentos ortodoxos como la confesión de Crisancio y en el catecismo de Filareto. En tiempos más recientes, algunos han usado el término de metabolé.



Hay una coincidencia fundamental entre la fe católica y la ortodoxa. Recientemente, en 1982, la Comisión mixta fundada en 1979 a consecuencia del encuentro de Juan Pablo II y el Patriarca de Constantinopla Dimitrios ha firmado un documento que lleva por título "El misterio de la Iglesia y de la Eucaristía a la luz del misterio de la Santa Trinidad".



Es interesante tambien el hecho de que el Concilio de Jerusalén de Dosíteos en 1672 puso el asunto de manera sucinta al observar:



"Este término [transubstanciación] la Iglesia emplea constantemente de un extremo a otro, y nadie ha protestado por su uso por la Iglesia, excepto los herejes".



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Richbell Meléndez. Laico católico dedicado a la apologética a tiempo completo y Subdirector General de la Escuela de Apologética Online DASM.

 

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