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Por: Holly Hamilton-Bleakley

 

Términos biológicos como "madre" y "padre" se están volviendo políticamente contaminados
 

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Hace años se publicó un estudio en Estados Unidos sobre “ser hombre y quedarse embarazado”.
 

El periódico online “Obstetrics and Gynecology” [“Obstetricia y Ginecología”] publicó el artículo de investigación "Transgender Men Who Experienced Pregnancy After Female-to-Male Gender Transitioning" ["Hombres transgénero que experimentan el embarazo después del cambio del género femenino a masculino"]. El estudio, considerado puntero, aborda el caso de 41 hombres transexuales, o sea, nacidos biológicamente como mujeres y que decidieron pasar a vivir como hombres, así como sus experiencias durante el embarazo.
 

Hay algunos hechos interesantes que emergen del estudio, revelando un poco sobre la vida de las mujeres que se vuelven hombres transexuales. Por ejemplo, "el uso previo de testosterona" parece no tener efecto sobre el embarazo, el parto y el nacimiento entre los participantes de la investigación. Los "hombres en este estudio no tuvieron problemas para concebir", habiéndose embarazado la mayoría "con sus propios óvulos y con los espermatozoides de un donante", dice el texto. De hecho, apenas el 7% de los participantes tuvieron que hacer un tratamiento para la fertilidad. Un tercio ni siquiera planeó el embarazo.
 

Hay algo preocupante en este estudio y en su redacción: el uso del lenguaje. Hay una insistencia deliberada en llamar a los participantes de "hombres", lo que, en el contexto del embarazo y del parto, vuelve la lectura, digamos, provocante: "los hombres no tuvieron problemas para concebir"; "los hombres usaron sus propios óvulos"; "se negó a los hombres la asistencia prenatal". El estudio cita a uno de los participantes diciendo: "El embarazo y el parto fueron experiencias muy masculinas para mí. Cuando di a luz a mis hijos, nací para la paternidad".
 

Está claro que los teóricos del género vendrán a decirnos que la "identidad de género es un espectro muy amplio" y que existe una distinción fundamental entre el género y el sexo biológico. Según ellos, cada uno puede ser hombre, si quiere, o mujer, si quiere. Lo que importa no es lo que está en el ADN: lo que importa es lo que cada uno quiere ser.
 

A partir de esta perspectiva, debe haber un cambio en el lenguaje para reflejar esta comprensión del "spectrum" del género. Por eso, la característica singular que mejor define la distinción entre los sexos, o sea, la posibilidad de dar a luz un hijo, es ahora algo que tanto el hombre como al mujer “pueden tener”.
 

Mientras, esta supuesta diferencia entre género y sexo biológico se vuelve especialmente cuestionable cuando se trata de embarazo y parto. Si dijésemos que el hombre da a luz, también tendríamos que llamarlo madre de la criatura. Pero el padre es otra persona. Tiene un padre biológico y una madre biológica; tiene el que fecunda y la que gesta y da a luz el hijo. Quizás un niño pueda tener dos padres, pero no puede tener dos padres biológicos. Necesitamos términos separados para denominar a las personas que tienen esas funciones biológicas diferentes.
 

El teórico del género pode responder que, siendo el sexo biológico diferente del género, es posible que un hombre transexual realice la función biológica de mujer, aunque psicológicamente, se identifique como hombre. Pero de nuevo, la distinción entre género y sexo parece tenue.
 

El género, según estos teóricos, es una construcción, algo creado culturalmente, que oprime al individuo por dictar cómo debe actuar y pensar, o incluso como debe ser, con base en el sexo biológico. Según esa teoría, cuando el género y el sexo son diferentes, "ser hombre" no es necesariamente poseer las partes del cuerpo propias del sexo masculino: es identificarse con una “forma masculina de ser”. Aún así, quedarse “embarazado” no es algo propio del hombre: ningún individuo del sexo masculino puede identificarse con la experiencia biológica de estar “embarazo”.
 
Es dudoso, por tanto, que una mujer pueda identificarse como hombre estando embarazada, ya que ningún hombre puede identificarse con tal experiencia.
 

Aceptar la distinción entre sexo y género parece implicar que no hay ninguna conexión significativa entre las propias experiencias psicológicas y las propias experiencias biológicas. Esto, a su vez, parece formar parte de un problema mayor, el de la relación entre la mente – o el alma – y el cuerpo. Como antídoto para la separación radical entre género y sexo, yo sugiero un modelo filosófico diferente sobre la persona humana, ofrecido por Tomás de Aquino. Para él, aunque el alma y el cuerpo sean distintos, la persona humana sólo puede existir “en un cuerpo”. Esto significa que el cuerpo es esencial para la persona. Con base en este entendimiento tomista, el papa Juan Pablo II argumento que "el sexo es parte integrante de la identidad del cuerpo-persona".
 

Si el cuerpo es esencial para el significado de ser persona, eso también significa que, como persona, experimentamos el mundo a través de nuestros cuerpos. Nuestras experiencias psicológicas deben incluirse, de una forma importante, en nuestras experiencias biológicas. Dada esta conexión, se vuelve imposible tener la experiencia psicológica de ser hombre – o de “haber nacido a la paternidad” – cuando biológicamente se da a luz un niño.
 

El proyecto de redefinir el género es una parte muy importante de un movimiento ideológico mayor, impulsado por el postmodernismo y por el liberalismo filosófico, dirigido a destruir, o superar, todo tipo de restricción, sea convencional o natural. El concepto de libertad radical define nuestra era: una libertad que rechaza ser vinculada a un concepto de lo que significa ser humano y que exige que el único tipo de bien humano sea el que creamos de acuerdo con nuestros propios deseos. Son nuestras tentativas de realizar esa libertad radical lo que continuamente nos lleva a cuestionar "cada hecho de comunidad". Nuestra cultura sufre de lo que Roger Scruton llama "exterminio del ‘¿por qué?’". Y advierte que exterminar el "¿por qué?" acabará dejándolos "completamente desarraigados".
 

Las funciones de género, y el propio concepto de género, son objetivos destacados de nuestra tendencia exterminadora post-moderna. El exterminio comienza, como siempre, con el cambio en el lenguaje y con la desautorización de quien cuestiona el lenguaje. Un aspecto importante del estudio sobre el embarazo de los transexuales fue el hecho de que los transexuales entrevistados se decían significativamente angustiados porque mucha gente rehusaba tratarlos como "hombres" cuando estaban “embarazados”. El mensaje obvio que el estudio procura señalar es que quienes rechazan usar ese nuevo lenguaje son insensibles o están “llenos de odio”.
 

Este cambio de lenguaje tiene repercusiones fundamentales para nuestra cultura.
 

La cuestión es esta: necesitamos términos que describan el proceso biológico de la reproducción. Pero, debido a la teoría de género, términos como “mujer” y “hombre”, “madre” y “padre”, se han cargado de un significado político que va más allá de su papel original y descriptivo. Así, cuando se dice que "un hombre está dando a luz", no se quiere decir que un hombre biológico esté dando a luz. Lo que se está haciendo es una declaración política: que no estamos vinculados a un concepto “binario y anticuado” de género; que ser hombre o mujer no tiene ningún significado inherente; que el bien humano debe ser creado y no descubierto.
 

El resultado es que estamos perdiendo rápidamente un lenguaje que corresponde a la realidad en lo tocante al acto más necesario para la continuación de la especie humana. Lo que tenemos ahora es un lenguaje político público dirigido específicamente a oscurecer lo que sucede en la realidad.
 

¿Será que nos queremos quedar "enteramente desarraigados" del concepto de género?
 

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