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Alfonso V. Carrascosa / ReL17 septiembre 2021

 

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El pasado viernes 17 de septiembre se celebro el Día Internacional de los Microorganismos y además en ese 2021 se cumplen 75 años desde que se fundara la Sociedad de Microbiólogos Españoles, hoy Sociedad Española de Microbiología.

 

Esta efeméride sirve para reflexionar una vez más sobre la conciliación ciencia y fe en la Iglesia Católica de la España Contemporánea, puesto que los principales protagonistas del acto fundacional realizado en la Secretaría General  del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), a saber, su presidente fundador Juan Marcilla Arrazola, y su secretario fundador, Lorenzo Vilas, fueron unos católicos practicantes convencidos, además de unos entonces reconocidos científicos tanto en ámbitos nacionales como internacionales.

 

El madrileño Juan Marcilla Arrazola (1886-1950) fue un ingeniero agrónomo, catedrático de universidad y científico que se dedicó, en perfecta compatibilidad con su fe católica, a la investigación y el desarrollo de la enología española. En base a su historial tal vez pueda ser considerado el ingeniero agrónomo español más importante del siglo XX, y compaginó su catolicidad con la actividad científica y las aplicaciones de la ciencia a favor de su querida patria, España.

 

Número uno de su promoción completó su formación en el extranjero especializándose en viticultura y enología.  Ejerció la profesión en la Estación Ampelográfica Central de Madrid, escribiendo obras como Vinificación en países cálidos y Química, viticultura y enología, ambas publicadas en 1922, y en las que se incluían sus ya entonces abundantes conocimientos sobre microbiología enológica.

 

En 1924 ganó por concurso-oposición la cátedra de Viticultura y Enología de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Agrónomos de Madrid. Por iniciativa suya se crearía en 1928 la Cátedra de Microbiología Agrícola, que resultaba ser la tercera a nivel nacional dedicada a esa disciplina y la primera que abordaba la microbiología de productos vegetales, y de la cual fue catedrático hasta su muerte.

 

Promovió la formación de cooperativas vitivinícolas, la construcción de modernas bodegas (Cintruénigo, Peñafiel, La Seca, Arganda, Alcázar de San Juan, Santa María de los Llanos, Aranda de Duero…) y la impartición de un sinfín de cursillos de capacitación agraria en los que cobró una importancia creciente la transmisión de conocimientos en microbiología enológica. En parte por su actividad de capacitación, en parte por su esfuerzo y apoyo a la reinjertación del viñedo filoxerado, en parte también por sus profundas convicciones católicas, fue considerado un auténtico apóstol en la profesión.

 

Su actividad científica en la microbiología de los vinos generosos de Andalucía Occidental, centrando su atención en el estudio de las denominadas levaduras de flor,  le llevó a ser director fundador en 1933 del Centro de Investigaciones Vinícolas creado por la Fundación Nacional para Investigaciones Científicas y Ensayos de Reformas (FENICER), organismo ligado a la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE).

 

Los lamentables sucesos de 1936 afectarían no poco esta trayectoria, siendo depurado por el Frente Popular y apresado en la Checa de Fomento de donde le libró a él junto con dos de sus hermanas un guardia de asalto que había sido alumno suyo como capataz de bodega.

 

Pasaría la Guerra Civil albergando en su casa al Santísimo y a católicos como el S.J. Padre Larequi o Sor Angela Diaz del Sagrado Corazón de Jesús. En 1939 le vino el reconocimiento internacional siendo nombrado Vicepresidente de la Office International du Vin, actual OIV, máxima autoridad internacional sobre cuestiones vitivinícolas que más tarde premiaría su obra magna Tratado práctico de viticultura y enología españolas.

 

Después contribuiría a la fundación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) siendo uno de sus primeros vicepresidentes y segundo director del Instituto Santiago Ramón y Cajal de Investigaciones Biológicas.

 

Juan Marcilla enviudó el 22 de enero de 1943, con 50 años y 11 hijos bajo su cargo. Poco después, y en continuidad con su papel institucionalizador de la microbiología científica fue Presidente fundador de la Sociedad Española de Microbiología (SEM), en 1946, cuya extraordinaria labor continúa en nuestros días. En el CSIC diversificó mucho sus líneas de investigación abordando el aprovechamiento de residuos agrícolas mediante la fermentación microbiana, aspecto éste en el que fue un auténtico pionero en lo que a biorremediación se refiere, algo tan en boga hoy día para asegurar la sostenibilidad de la actividad industrial. Recibió múltiples condecoraciones, entre las que cabe destacar la Cruz al Mérito Agrícola y la Cruz de Alfonso X El Sabio.

 

En la ‘Contestación del Excmo. Sr. D. José Mª Albareda y Herrera’ – secretario general fundador del CSIC- al discurso de toma de posesión de Marcilla, señaló sobre éste cuestiones como las siguientes: “El cristianismo profundo de Marcilla produce esa sencillez que está en lo íntimo de su personalidad, y no ya sólo como una consecuencia virtuosa de la modestia, sino además como posición de una inteligencia religiosa abierta, que no concibe que la marcha del mundo vaya a pender del descubrimiento de una modalidad fermentativa, de una nueva representación del mecanismo atómico, o de cualquiera de esas obras culminantes del entendimiento, esfuerzo prócer de la razón humana, cuyo feliz resultado es como el parpadeo estelar en la inmensidad celeste”.

 

Preparándose para asistir en Rio de Janeiro al V Congreso Internacional de Microbiología, al que llevaba el estudio Contribución al estudio del metabolismo carbonado de las levaduras multiplicadas en anaerobiosis sobre prehidrolizados de residuos agrícolas, escrito por él mismo, L. Hidalgo y J. Garrido, falleció en Madrid el l 6 de agosto de 1950.

 

No menos detallada sería la descripción de su figura en lo que a conciliación ciencia y fe se merece al afirmar de él P. Guillem O.F.M.:

 

“Don Juan Marcilla poseía una ciencia grande y vastísima. Pero lo verdaderamente grande del hombre no es precisamente su saber, sino su obrar. Y el obrar excelso, sabio y constante sólo de una fuerte convicción religiosa puede dimanar. Galicia vio con emoción en don Juan Marcilla al auténtico sabio cristiano. Al sabio que desvela los misterios de la naturaleza en busca de la verdad científica, para mediante ella mejor conocer la Verdad eterna y mejor servirla. Para don Juan Marcilla Dios y su Santa Ley eran la norma suprema de su creer y de su obrar. La fe divina sobre la humana. Antes Dios que los hombres. Y en alas de la fe católica volaba él en vuelo desplegado a las cimas del saber más extenso y más profundo…Porque el otro grande amor de este hombre extraordinario era el amor a la patria. “Buscadme un hombre sólidamente religioso –escribió Donoso Cortés- que no sea buen patriota…no lo hallaréis”… Así pensaba, y según este pensar, obraba. ¿Quién no sabe que don Juan Marcilla era un hombre de comunión diaria? Así le premiaba Dios su fe, su amor y su trabajo. Así le premiaban también los hombres… Pero el sabio, sin despreciar las recompensas de los hombres – y agradeciéndolas, tanto que para él constituían un motivo más de correspondencia y de trabajo, algunas veces agobiador-, aspiraba a las eternas”.

 

El estudio más completo sobre la vida y actividad científica de Juan Marcilla ha sido publicado recientemente en el libro ‘El desarrollo de la microbiología en España. Volumen II’ y es de acceso gratuito gracias a la Fundación Ramón Areces

 

En cuanto al secretario fundador de la SEM, Lorenzo Vilas cursó primaria en los jesuitas de Sarriá (Barcelona) y en los de la Calle Caspe, donde cursaría bachillerato. Allí conoció al Padre Longinos Navás, entomólogo de prestigio internacional experto en neurópteros. Para Lorenzo Vilas fue crucial en su elección de estudiar ciencias, todo por una anécdota en la que en una excursión de campo vació su fiambrera quedándose sin comida para guardar una culebra que los alumnos habían encontrado.

 

Vilas se licenció en ciencias químicas en 1925 y fue ayudante de prácticas en la Universidad de Zaragoza. Conoció en un viaje a Lourdes a la que sería su mujer y con quien se acabaría casando en Madrid en 1933, María Minando Galardy, con quien tendría dos hijos. En 1939 comenzó su etapa en el Instituto Ramiro de Maeztu de Madrid en el que fue interventor, secretario y director, hasta 1944.

 

Lorenzo Vilas se doctoró en químicas y después de conocer a Albareda, se licenció y doctoró en farmacia, trabajando en microbiología. Albareda y Vilas formaron a un buen número de microbiólogos del CSIC, y visitaron al Papa Pío XII en 195. El 12 de julio de 1944 ganó la cátedra de microbiología de la Facultad de Farmacia.

 

En 1946 creó Lorenzo Vilas el Instituto de Microbiología General y Aplicada, que se llamó Jaime Ferrán en 1949, siendo además fundador –junto al mencionado Juan Marcilla y primer secretario de la Sociedad Española de Microbiología (SEM). Llevó a cabo la primera traducción del Código Internacional de Nomenclatura Bacteriana.

 

Lorenzo Vilas recibió la Gran Cruz al Mérito Civil, la Encomienda de Isabel la Católica con placa de Alfonso X El Sabio, la Encomienda de la República Italiana, Oficial de la Orden de la Medahuía, nombrado Colegiado de Honor del Colegio de Farmacéuticos de Madrid. En su jubilación en 1975 pidió “que profesores y alumnos cumplan con su obligación, por amor y con amor, porque son responsables ante Dios”, e hizo un último viaje a Upsala, donde visitó la casa de Linneo. Falleció en Madrid el 19 de noviembre de 1988.

 

En la apertura del curso 1966-67 leyó su discurso En las fronteras de la vida, y la inauguración del curso académico de la academia con el discurso Anecdotario microbiano. En ambos alude directamente a sus convicciones en defensa de la vida, en consonancia absoluta con el actual Magisterio de la Iglesia: “… el hombre moderno, después de vencer a los microbios, ha inventado una serie de fármacos, dispositivos y manejos anticonceptivos y abortistas utilizados contra la conservación de la especie, en un alarde de criminal uso antinatural de la libertad que le ha sido concedida. Tampoco descartamos la posibilidad de ver pronto generalizada la eutanasia, resonancia del aborto y tan criminal como él…  Y el panorama es sombrío, porque el ataque social contra la familia bloque, la familia puerto de partida, arrastrará un mayor número de ejecuciones de los que estorban al principio y al final de la vida”.

 

Realmente por lo explícito de las alusiones a la defensa de la vida sólo merece el texto meditación, y la consideración de que quien dice estas cosas es un científico de primera línea en la época. Continúa en el mismo discurso sus valoraciones: “Cuando era niño, me impresionó una frase: ‘Los cielos relatan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos’. Andando el tiempo me enteré que formaba parte del Salmo 18. No hace falta conocer la existencia de un Dios creador, porque el simple raciocinio humano puede deducirlo de la contemplación de Su obra…Si creo en los microbios, he de creer en Dios. Ya os decía al principio que la razón humana es suficiente para llegar al conocimiento de Dios”. Se plantea el origen de la vida: “…Pero ¿qué es la vida?… Gen 1,11 que cita por primera vez a los seres vivos en la “hierba verde”…(después de repasar coincidencias científicas y de la Creación)…No me causa sorpresa que hoy podamos dar esta interpretación al Génesis, acomodada a lo que la ciencia va descubriendo, ya que la Palabra de Dios no falla y la Biblia no es un mero símbolo…Dejar escrita en cifra la verdad de la Creación, tal como ahora la vemos, pero dicho en aquella época que los conocimientos humanos no podían ni remotamente sospechar el hallazgo de la clave, sólo puede hacerlo el Autor de la Creación…la primera célula viva. Ha surgido perfecta… …Dios creó al hombre infundiéndole el alma a su imagen y semejanza…Repito que los hitos de la Creación, para los que no veo más explicación que la voluntad expresa del Creador…y si se lograse dar vida a una célula primaria…alabaría aún más la sabiduría de Dios, que en el hidrógeno primitivo ya puso la capacidad de aparición en un momento determinado de esa energía especial llamada vida, cuya captación y manejo también había dejado a la inteligencia del hombre, único escrutador del enigma del mundo, con esa llave maestra de superior condición que llamamos alma…”. 

 

La efeméride del 75 aniversario de la SEM se celebra con una exposición en el Museo Nacional de Ciencias Naturales, que celebra su 250 aniversario y que también tuvo orígenes fuertemente católicos, al igual que otra de las más importantes sociedades científicas españolas, la Real Sociedad Española de Historia Natural, que celebra en este 2021 su sesquicentenario. En dicha exposición se honra la memoria de algunos importantes microbiólogos que también fueron creyentes en la deidad como el romano Marco Terencio Varrón, o católicos fervientes, como Girolamo Fracastoro o el padre Lázaro Spallanzani, e el mismísimo Luis Pasteur, y ya en España el equivalente español a Pasteur, Jaime Ferrán, o el padre de la microbiología molecular española, Julio Rodríguez Villanueva. La exposición se titula ‘MICROBIOLOGÍA: EXPLORANDO MÁS ALLÁ DE LO VISIBLE’  y cuenta con conferencias gratuitas y talleres familiares de fin de semana a tarifas más que interesantes.

 

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