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"Cuando se quita a Jesucristo del centro y en vez de ello se pone a el Pobre"

KantHegel

Una de las corrientes que más daño ha hecho a la Verdadera Fe, es el llamado «giro antropológico», que «transforma la teología en antropología».

Mientras la verdadera teología es siempre teocéntrica, las corrientes progresistas sustentan una reducción de la teología en antropología, en pura sociología, proponiendo un inmanentismo bajo el empuje del kantismo y el hegelismo.

 

«Entendemos por inmanencia la actitud del hombre que vive en la tierra como si fuera ésta su patria definitiva, no un albergue, un lugar de tránsito, sino la mansión terminal. La palabra inmanentismo viene del latín in-manere, permanecer en. Es lo contrario del trascendentalismo -de trans-scendere- que significa la disposición a ir más allá, pasar más adelante, tesitura de los que saben que esta vida es pasajera y que no se encuentra aquí la morada final, por lo que es preciso transponerla, si se quiere llegar a la meta, que está allende este mundo, signado por el espacio y el tiempo» (Alfredo Sáenz S.J., El hombre moderno).

 

En la extraordinaria encíclica Pascendi el Papa San Pío X se refirió a los inmanentistas así:

«un gran número de católicos seglares y, lo que es aún más deplorable hasta sacerdotes, los cuales, so pretexto de amor a la Iglesia; impregnados, por el contrario hasta la médula de los huesos de venenosos errores bebidos en los escritos de los adversarios del Catolicismo, se jactan, a despecho de todo sentimiento de modestia, como restauradores de la Iglesia, y en apretada falange asaltan con audacia todo cuanto hay de más sagrado en la obra de Jesucristo...».".

Así como del hegelismo provino la «teología de la muerte de Dios», el hegelismo incoó la arquitectura del nefasto evolucionismo inmanentista, que produce: «la plasmación, desde dentro del cristianismo, de la reducción hegeliano-gramsciana de lo trascendente a lo inmanente» (Horacio Bojorge, S.J., Proceso de protestantización del Catolicismo).

 

El P. Miguel Podarowski señala:

«Mientras la teología fue teocéntrica el marxismo no pudo infiltrarla; podía solamente combatirla. Pero desde el momento que la teología de teocéntrica se ha transformado en antropocéntrica y, especialmente, cuando toma una actitud típicamente sociológica, el marxismo tiene ya las puertas abiertas, puede entrar en ella, infiltrarla, dominarla y hasta utilizarla para sus propios fines, y así acontece» (La Teología de la Liberación y su proceso de marxistización).

El marxismo-leninismo había armado una especie de escatología inmanente, predicando que el fin de la historia de la humanidad es la sociedad, ya no sujeta a leyes, con la desaparición del estado, que viviría en la justicia y en la paz, ideología que condujo al sacrificio de los individuos, incluso obligando y combatiendo, y anulando las fuerzas contrarias a esa evolución. La historia tenía una suerte de dirección obligatoria y determinística. Ha sido la gran afabulación, desastrosa en los hechos y en la misma impostación ideológica, abandonando y sacrificando millones de personas en aras de esa utopía.

 

El hecho escatológico -la realidad de los novísimos o postrimeríasdel alma-, subrayados por la autoridad del Catecismo Mayor de San Pío X, fueron etiquetados como reduccionistas «del problema escatológico que da motivos a los no creyentes de acusar al cristianismo de ser "el opio de los pueblos", porque adormece las conciencias con la promesa de una recompensa de los cielos para explotados por los patrones», para dar paso a distintas ideologías mesiánicas que han atraído a la gente a través de los años creando una consecuente mentalidad.

 

La «teología de la liberación» que arranca del mesianismo marxistoide «historiza» consecuentemente los preceptos morales universales y los traduce en pautas instrumentales de eficacia histórica, «temporaliza» asimismo las promesas evangélicas de vida eterna, transfiriéndolas al futuro histórico de la humanidad. Llega a reinterpretar la trascendencia misma de Dios, y la traduce en términos de inmanencia histórica. El Reino que «no es de este mundo» (Jn 18, 36), es desconstruido como «la utopía realizada en el mundo» (Boff,Iglesia: carisma y poder).

 

La «teología de la liberación» introdujo en la Iglesia esa corriente neosaducea con el fin de conseguir la concienciación de los cristianos acostumbrándolos a que concentren su vida y su acción pastoral exclusivamente sobre lo temporal. Siguiendo el sendero Heguel-Marx y la primacía de la ortopraxis sobre la ortododoxia, se concluye que para ellos, la salvación per se, es la lucha por la liberación del capitalismo y éste el verdadero pecado: «La construcción de una sociedad justa tiene valor de aceptación del Reino, o, en términos que nos son más cercanos: participar en el proceso de liberación del hombre es ya, en cierto sentido, obra salvadora» (Gutiérrez, Teología de la liberación).

 

«Como puede observarse con claridad, lo que se destaca aquí es el claro inmanentismo de este pensamiento. Surge justamente de esta especie de "panteísmo" social, donde todo lo considerado socialmente bueno es ya sobrenatural y salvífico. Es también un claro pelagianismo social. Desde luego, este inmanentismo (esto es, considerar a lo natural como si fuera sobrenatural) es de clara orientación marxista y no hay más que especificar la absoluta incompatibilidad de la filosofía marxista con el catolicismo, para demostrar que esta teología de la liberación es totalmente incompatible con la Fe Católica, y por eso puede denominarse "no católica". Pero sobre todo es no católica por su naturaleza inmanentista, y es allí donde esta corriente alcanza su neosaduceismo más claro y distinto» (Gabriel Zanotti, en Cristianismo sociedad libre y opción por los pobres).

 

Es ante todo una «con-fusión» (fundir-con) de lo natural y lo sobrenatural, lo trascendente y lo inmanente.

«Juntose con la negligencia de los pastores, el engaño de falsos profetas» (San Juan de Avila, Memorial II, 9).

De tal forma que ese cristianismo horizontal, concentrado en el hombre, propone un Reino secularizado, ultra-mundano, la antítesis del Reino sobrenatural enseñado por Cristo en el Sermón de la Montaña: «buscar, antes que nada el Reino de Dios y su justicia, porque todas estas cosas nos serán dadas por añadidura» (Mateo 6, 33).

 

Para estas ideologías imperantes no es necesario preocuparse de si el pobre «está o no en gracia de Dios, o por si cumple los mandamientos», ya que «es pobre, y, por lo tanto, ya es santo, puro, bondadoso, inmaculado, comprometido con los sufrimientos de su pueblo... ¿cómo vamos a atrevernos a preguntarle por el estado de su alma?» (Gabriel Zanotti, en Cristianismo sociedad libre y opción por los pobres).

 

La inmanentización de la Fe que ha tejido una red en tantas décadas al interior del organismo eclesial, ha dado origen como hechos recientes así lo vienen ejemplificando, a «que el católico que no comparte esa visión sea un paria dentro de su propia Iglesia» (Hebreos 13, 9).

 

«Nada existe ni puede existir más contrario y enemigo de Cristo que el inmanentismo (...) El espíritu ha dicho Hegel, es infinita inmanencia, sustancia infinita; en cuyo caso, todo es inmanente a sí mismo y no hay "espacio", por así decir, para un Dios trascendente y relevante y por eso será inútil tratar de conciliar inmanentismo y cristianismo» (Alberto Caturelli, La Iglesia Católica y las catacumbas de hoy).

 

No olvidemos la palabra del Señor en el Libro de Ezequiel (18, 23): «No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva».

 

Por German Mazuelo

 

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